lunes, 5 de mayo de 2014

Cuando una crítica se hace realidad

Hay mentes en la historia que destacan por su intuición, por su capacidad de crear, por su capacidad de describir. Estas mentes son capaces de dar un salto evolutivo en la raza humana y pasarnos a un estadio superior de conocimiento. Pitágoras estableció unos criterios trigonométricos que son la base de todo cálculo 3000 años después, Servet marcó el interior del cuerpo, Newton hizo comprender el espacio, Plank nos llevó a nivel microscópico y Einstein nos llevó a la velocidad luz.

Sin embargo, lo que es más extraño es que estas mentes coincidan en el tiempo. El caso de Plank y su física cuántica y Einstein y su teoría de la relatividad. Son dos físicos con mayúsculas capaces de revolucionar el mundo que les rodeaba, pero incapaces de ponerse de acuerdo. Einstein entendía el universo de forma revolucionaria, pero clásica. Era la física de lo tangible. Extraño, pero tangible. Plank (y posteriormente Heisemberg y Schrodinger) entendieron que la física subatómica es más complicada que el blanco o negro. Allí existen los colores, o mejor dicho, existe las cosas a la vez. Schrodinger planteó la paradoja del gato para ilustrar los estados cuánticos y la posibilidad de que un electrón pudiera estar en dos sitios a la vez... hasta que se mira. La física cuántica es la física de la probabilidad. Einstein nunca lo entendió.

Pero una mente como la suya no podía simplemente no entenderlo. Así que estudió a fondo esta otra física e intentó rebatirla. Frases como "Dios no juega a los dados" iba directamente a la línea de flotación de la física cuántica, pero no conseguía dar con la forma de desacreditar la teoría. Conceptualmente absurda, válida en la práctica. Hasta que, en 1935, el propio Schrodinger expuso una característica de la física cuántica de que dos partículas podían entrelazarse entre ellas y quedaban así vinculadas. Le llamó entrelazamiento cuántico (El término español no está demasiado conseguido, pues el término inglés entangle da una  visión más de relación entre dos términos: más sería un "vinculamiento cuántico", para que nos entendamos). Ésto le dio a Einstein el caldo de cultivo que necesitaba y, junto con dos colegas, planteó conceptualmente una paradoja que se conoce como paradoja EPR (las iniciales de cada uno). En esta paradoja se define que, siguiendo las teorías de Schrodinger, dos partículas atómicas pueden entrelazarse entre ellas, de forma que sabiendo una, se determina la otra. Y si se actúa sobre la primera, la segunda responde a esa actuación gracias a ese vínculo, independientemente de donde esté. Einstein nunca entendió este concepto decía que esto contradecía al sentido común y que debía de estar determinado. Einstein entendía el concepto de entrelazamiento como un par de guantes. Si uno coge un par de guantes y lo manda a dos sitios muy lejanos uno de otro, el que reciba el guante izquierdo sabe que el otro ha recibido el derecho. Pero esto no es entrelazamiento, pues aunque el estado estaba predeterminado desde el inicio y no afecta lo que se haga sobre cada guante en el camino.

Einstein intentó desacreditar con esta paradoja la física cuántica y quedó sin respuesta hasta 1964, en el que John Bell consiguió dar con una respuesta. Estableció unas desigualdades que, si se cumplían, harían que Einstein tuviera razón y por lo tanto la teoría cuántica estaba incompleta, pero si no se cumplían, Einstein estaba equivocado y la información se vinculaba realmente entre las partículas.

Einstein no podía ni sospecharlo, pero, desde 1974 se han realizado multitud de experimentos al respecto, arrojando todos, el mismo resultado: estaba equivocado, el entrelazamiento cuántico es real y funciona y la teoría de la física cuántica es cierta y está comprobada. Esto lleva a que podría ser posible el "teletransporte cuántico". Y una comprobación de este concepto se ha estado buscando. Éste se ha conseguido hace relativamente poco entre las islas de Tenerife y Las Palmas, un cambio en un fotón en Tenerife, se ha visto inmediatamente en otro fotón en Las Palmas. Un concepto microscópico, pero que ya se ha conseguido en microdiamantes, algo ya de otra dimensión. Este concepto es también la base de algo que todos hemos escuchado: el computador cuántico, pero el experimento de Tenerife le añade una característica más, la posibilidad de trasmitir información a distancia.

No está muy claro qué mecanismo se utiliza para transmitir esa información entre una partícula y la otra. Según la relatividad no podría ir más rápido que la luz, aunque quien sabe, quizás a esas escalas puede ser que funcione algún mecanismo aún desconocido. Lo que está claro es que es una característica de ciencia ficción, y que, con el tiempo y trabajo podría, quien sabe, llevarnos al teletransporte de la nave Enterprise. Eso era ciencia ficción, pero a nivel atómico se ha conseguido. La verdad es que hay mentes que incluso en sus críticas son brillantes, porque, aunque Einstein no lo sospechara, ha terminado siendo realidad. 

lunes, 14 de abril de 2014

Unas veces uno, otras veces cero

Esta entrada podemos decir que es la entrada que más he estudiado de todas las que he puesto. Hablemos de telecomunicaciones. Un día un compañero que se cambió a tiempo de carrera me dijo: "Las telecomunicaciones, millones de unos y ceros viajando a velocidad casi infinita por múltiples medios". Una definición perfecta de lo que es un teleco.

Las telecomunicaciones nacen hace mucho mucho tiempo con la necesidad de transmitir información a distancia. Las famosas señales de humo o los sonidos de las campanas medievales son historia de las telecomunicaciones, consiguiendo su objetivo a transmitir información. Con las campanas se podían saber si alguien había fallecido o había un nacimiento. Se podía saber si había guerra o había esperanza. Pero en el fondo los mensajes eran rudimentarios. En ciertos ámbitos se necesitaba algo más de información. Y se inventaron códigos con los que poder enviar palabras. El primero de estos códigos, que aún se conserva, son los símbolos de banderas que se utilizan en la navegación. Es una forma de comunicar a distancia, aunque, eso sí, era necesario tener una muy buena vista, la verdad.

A finales del siglo XVIII se creó un método, primero óptico, después eléctrico para poder enviar información a distancia. Puntos y rallas, enviados a alta velocidad para crear un sistema llamado telégrafo, capaz de componer palabras. Eran los albores de los unos y los ceros, ya empezamos con nuestra vida digital. Poco después, en el siglo XIX se creó la telefonía, por un señor llamado Bell con su famosa frase "María tenía un borreguito", la primera que se transmitió por este medio.

Poco a poco, la comunicación fue mejorándose y fue a mediados del siglo XX cuando apareció una ciencia que ya se convirtió en inseparable compañera de viaje, la informática. La informática se basa en la ordenación y utilización de la información. Las telecomunicaciones, de enviar esta información a distancia. Dos trabajos distintos sobre la misma información, así que se hizo necesario buscar una forma de ordenar la información, de hacerla accesible y fácilmente reconocible, y se convirtió en lo más fácil que se puede tener: en una doble decisión: se es o no se es, agujero o tarjeta, electricidad o cortocircuito. Unos y ceros, en definitiva. 

Este código con sólo dos dígitos se le llamó binario, obviamente y se codificó el mundo entero en él. No es algo complicado, sólo hay que pensar cómo numeraríamos el mundo si tuviéramos sólo cifras. Imaginemos que ponemos todos los números conocidos, pero quitamos los que tengan otra cifra que no sea el 1 y el 0 y los contamos. El cero sería cero, el 1 sería el 1, el siguiente número que tendríamos sería el 10, que haría de 2, y después el 11, que haría de 3. El 100 sería el 4, el 101 el 5, y así sucesivamente. Ya está codificado el mundo con dos conceptos, tener o no tener. Ahora habría que encontrar el material que lo hiciera posible.

Y ahí aparecieron las estrellas del blog de hoy. Todo el mundo sabe que un trozo de cable conduce la electricidad. Un trozo de madera, la repele. Uno es siempre un 1, el otro, siempre un 0. Pero hay una serie de materiales, pocos, muy pocos, que a veces la repelen y a veces la conducen. Esos son la clave de la información en el día de hoy, porque pueden manipularse para poder transmitir 1 y 0 a nuestro antojo.

Son sólo 14 elementos, encabezados por la propia materia orgánica, el Carbono, pero seguidos por otros, como el Germanio, el Potasio y por supuesto, el Silicio. Había que encontrar un material con suficiente cantidad en la naturaleza y con facilidad de maleabilidad para poder trabajar con el y con suficiente capacidad de ser o no conductor. Y el silicio, del que está hecho la mayor parte de la arena del mundo, es un material perfecto.  Consiguió crearse primero un diodo, que puede enviar o no la electricidad, bajo condiciones estáticas y después, el transistor, la base del tratamiento de la información actual, que permite enviar o no la electricidad en función de una señal de control. Eso era lo que hacía falta. Y desde entonces, con algunas variantes, todo está descubierto. La evolución de la informática ha sido realmente un evolución tecnológica, más y más pequeño, más y más rápido, pero siempre basado en lo mismo, transistores y miles de ceros y unos. Esta tecnología se concentró en un sitio concreto, en California, que desde enconces se llamó Silicon Valley. Hoy uno de los lugares tecnológicamente más avanzados del mundo.

Por cierto, si alguien se pregunta algo sobre el coltan y la famosa guerra africana de este mineral, no viene por los transistores, sino por los condensadores de tantalio (mineral que se obtiene del coltan), que se utilizan como acumuladores de electricidad, aunque cada vez están más en desuso, así que realmente es un tema colateral.

Los semiconductores se configuran como una malla de protones alrededor de la cual están los electrones. De esta forma, un núcleo tendrá carga positiva no si hay un protón de más, sino si hay un electrón de menos, porque los protones no se mueven. Por eso la carga positiva en los semiconductores se le llama "huecos". Sin embargo, sí se le llama electrón a la carga negativa. Efectivamente, es un electrón de más. 

Los circuitos integrados con circuitos de transistores a escala de micras de milímetros, los más avanzados incluyen millones de transistores en un chip. La escala es tan reducido, que en los chips más concentrados, el tamaño de los transistores es tan pequeño que empieza a notarse el efecto de la física cuántica en los mismos. Ese es el límite de funcionamiento. Además a una escala tan pequeña es relativamente fácil que se produzcan errores de fabricación. Tan frecuente es que generalmente se realizan una serie de transistores de reserva que permita después, por configuración, sustituir los transistores defectuosos por otros de reserva de forma que la funcionalidad no se pierda.

Otra cosa que hace esta minituarización de los circuitos es el envejecimiento de los mismos. Generalmente duran unos años, pero algunos, como las memorias tienen tantas reconfiguraciones y tantas cargas y descargas que con el tiempo empiezan a fallar. Estos fallos no impiden su funcionamiento "macro", pero se nota que empiezan a ralentizarse, poco a poco necesitan de más usos para el mismo funcionamiento y termina siendo algo que se nota a escala normal, el propio usuario nota la velocidad. Es un efecto del envejecimiento de los semiconductores, restos de carga que se van acumulando y generando fallos. Es el coste de la tecnología.

Sin embargo, la utilización de esta tecnología ha conseguido reducir su precio y convertir un lujo como la informática o las telecomunicaciones en algo de consumo. La tecnología siempre trata de avanzar y aunque se han utilizado dispositivos de germanio e incluso, de azufre, no parece que vayan a trasladar la utilización del silicio de forma masiva, probablemente el próximo paso en la evolución sean los procesadores cuánticos, aunque aún nos quedan décadas para poderlo ver. 

En fin, básicamente, vivimos en un mundo digital, un mundo en el que la transformación de 1 en 0 y codificación en hay/no hay es vital para su funcionamiento. Y todo gracias a una serie de elementos indefinidos eléctricamente, que permiten un comportamiento errático para generar esa codificación en la naturaleza. La misma naturaleza que tiene miles de posibilidades. Sólo hay que saber utilizarlas. Y especialmente este tipo de material que a veces es uno y otras veces, ceros, pero que, gracias a él yo estoy escribiendo mi blog y usted, leyéndolo.

lunes, 7 de abril de 2014

Más cerca de las estrellas

Desde Eratóstenes (que ya se ganó su entrada en este mismo blog), cuando se habla de la Tierra, todo el mundo piensa que es una esfera. Es aproximadamente así, pero realmente no lo es. Es algo muy sabido y que se estudiaba en primaria: "la Tierra es una esfera achatada por los polos".

Y así es. La Tierra tiene un radio de 6378 Km en el Ecuador y 6357 Km en los polos. Es como si cogiéramos una pelota y la apretáramos desde arriba y desde abajo a la vez. El motivo es la propia fuerza centrífuga del giro de rotación de la Tierra, que hace que se deforme un poco hacia fuera. Es una diferencia mínima, pero fue fácil de medir.

De hecho, se midió por primera vez entre 1736 y 1739 con la expedición geodésica francesa que se realizó por los territorios entonces españoles de ultramar. Partiendo de Quito midió en el Ecuador de entonces el meridiano por triangulación y determinó que el radio de la Tierra no coincidía con lo medido años antes en la expedición que la misma compañía realizó a Laponia. Ya estaba confirmado que la Tierra era una esfera achatada por los polos. 

Esta expedición se utilizó para después realizar el Sistema Métrico Decimal que todos usamos. En París están las medidas exactas, que se merecen una entrada en sí mismas. La apunto para otra vez.

El dato del radio es uno de los datos básicos del planeta, como lo es el océano más grande (el Pacífico), el punto más bajo (el Mar Muerto, que se ganará una entrada en honor a mis padres) o el punto más alto, el Monte Everest, de 8850 metros, después de crecer dos metros en la primera década de este siglo.

¿O no es el monte más alto el monte Everest? Permitidme que lo ponga en duda. La altura en la superficie terrestre se mide desde la altura del nivel medio del mar. Igual que en Marte se mide desde la altura media de la superficie. Sin embargo, si somos puristas, la altura debería medirse desde el centro de la Tierra. Resulta que el monte Everest está a 28º de latitud norte. Contando la distancia del radio en ese punto, el monte Everest se encuentra a 6.380 Km del centro de la Tierra. ¿Hay algún punto en la Tierra que supere ese dato? ¡Pues sí! ¡Y varios!

El punto más alto de la Tierra, si se mide desde el centro es el Volcán Chimborazo, que se encuentra en Ecuador, a 1º de latitud sur. Si se calcula su distancia al centro de la Tierra sale... 6.384 Km, ¡4 Km más alto que el Everest!

De hecho, el Volcán Chimborazo (que es la 31ª montaña más alta de América si se mide desde el nivel del mar) no es la única que supera al Everest en este ranking. También lo supera el Kilimanjaro, el Monte Kenia y el Huascarán, en Perú. 

Es un volcán casi aislado, lo que hace que se pueda ver desde mucha distancia (desde Guayaquil a más de 140 Km es visible perfectamente). Hasta el siglo XIX se consideraba el monte más alto del planeta. Los Andes aún no eran muy conocidos y desde luego que en esa época, el Himalaya era ciencia ficción para los europeos. También se le conoce como "el punto más cercano al Sol", aunque esto no es del todo cierto, porque siendo purista, sólo sería el punto más cercano al Sol en los equinoccios y justo a mediodía. Pero sí que es el punto más cercano de las estrellas, porque éstas rodean la Tierra casi por igual.

Como curiosidad, hay una bebida sudamericana llamada "raspados" que es como una especie de sorbete, cuyo origen es de esta zona. En concreto viene de los hieleros del Chimborazo, los cuales raspan los hielos de los glaciares de este volcán y los utilizan desde hace muchos años en hacer resfrescantes bebidas mezclando esos hielos con frutas. Mi hermana los conoce bien de cuando estuvo en Colombia. Bueno, ya sabe de dónde viene. Viene el punto más cercano de las estrellas que hay en la Tierra, el Volcán Chimborazo.

martes, 1 de abril de 2014

Un viaje en el tiempo... a pie

Estrecho de Bering - Islas Diomede.
Free Photo by NASA
Después de un mes, retomo el blog. Espero poderle dar más cancha este mes y volver a mi entrada semanal.

La entrada de hoy llevaba pensándola desde hace tiempo, pero ha sido últimamente cuando, viendo la serie Cosmos (la nueva, no la de Carl Sagan) han hablado de los viajes en el tiempo y de las necesidades e implicaciones que tiene. Algo realmente complicado.

Sin embargo, viendo la serie me acordé que es posible viajar en el tiempo. Sí, desde ya y de una forma muy sencilla. 

Para ello vamos a viajar a una pequeña isla del Océano Pacífico llamada Samoa. Es un país independiente desde 1976 que se independizó de Nueva Zelanda y su superficie, repartida entre todo el archipiélago tiene un tamaño muy pequeño, a penas un tercio de la provincia de Cádiz. Algo bastante claustrofóbico, la verdad.

Sin embargo, a pesar de la colonización europea, Samoa ha conseguido perpetuar sus tradiciones, y mantiene su mitología y la forma de vida nativa, como principal del país.

Es como un viaje al pasado, pero no es a lo que me refería. Dentro del archipiélago de Samoa hay dos islas, llamadas Samoa Americana que pertenecen administrativamente a los EEUU. La distancia entre Samoa y Samoa Americana es de sólo 70 Km, por lo que las islas pueden llegar a verse desde una a la otra en los días propicios. Y ahí es donde entra el viaje en el tiempo.

Como todos sabemos, la hora en los países de la Tierra va cambiando entre unos y otros. Cuanto más al oeste menor hora y cuanto más al este, más. Pero claro, la Tierra es casi esférica y eso implica que en algún punto hay que hacer una brecha. Esa brecha se conoce como la "Línea internacional del cambio de hora" y es cuando la fecha cambia en los viajes. Es cuando las horas dejan de sumarse y empiezan a restarse. Entre un lado y otro de esta línea hay 24 horas de diferencia. Es exactamente la misma hora, pero del día antes o después.

El caso es que esta línea pasa entre Samoa y Samoa Americana, lo que produce que en los días claros, cuando los habitante de Samoa miran a Samoa Americana, realmente están viendo una isla que se encuentra... en el día antes. Y viceversa, cuando se mira desde Samoa Americana a Samoa, están mirando al futuro. En concreto a un día.

Parece una cosa poco importante, pero realmente tiene mucha afección administrativamente. Por eso, Kiribati, que tiene islas en las dos partes del meridiano teórico ha decidido que todas sus islas tengan el mismo día (lo que hace que la línea se desvíe bastantes kilómetros). Pero este cambio de fecha también tiene sus ventajas. Un fiestero puede aprovechar y revivir el fin de año con sólo navegar 70 Km. Una segunda fiesta 24 horas después no está nada mal.

La elección de la línea internacional del cambio de día se hizo porque es donde más distancia hay entre las poblaciones. La distancia entre Samoa y Samoa Americana es una rara avis en esta zona, pues Kiribati integró a todas sus islas, como he dicho antes. Sin embargo, el punto más cercano donde se produce la paradoja no es Samoa, sino que se es en el estrecho de Bering, entre las dos islas Diomede, pues una pertenece a Rusia y la otra a EEUU. Entre ellas hay sólo 1,5 Km y sí, cada una está en un día diferente. Claro, las dos islas están prácticamente deshabitadas, así que a pocos le importan. Es más, en invierno, el canal entre las dos islas se congela, pudiéndose pasar a pie entre EEUU y Rusia, entre un día y el siguiente, lo que supone un auténtico viaje en el tiempo a pie.

Esta paradoja la presentó Umberto Eco en su novela "La Isla del día de Antes" y en ella, un náufrago que estaba en una isla imaginaria miraba a otra que estaba en la isla que estaba en el día de antes. Su pensamiento es de lo poco interesante de la novela, pero la verdad es que es una paradoja curiosa. Él tiraba una piedra que llegaba a la otra isla y claro, la piedra había viajado en el tiempo, de hecho, había llegado ayer. Eran islas imaginarias, pero sin embargo, no andaba desencaminado. A veces, los convencionalismos producen paradojas, como hacer que sea posible viajar en el tiempo, si se elige bien el lugar, incluso andando.

miércoles, 12 de febrero de 2014

El ejemplo sencillo.

Hacía tiempo que quería escribir una entrada sobre el personaje más admirado por mi mujer, y no hay mejor día que hoy, día de la ciencia para hacerlo.

Nuestra historia de hoy empieza en Varsovia, ciudad de Polonia, en 1867. Allí nació una niña, llamada María. De carácter inquieto y una necesidad natural de aprender, asistía a clases clandestinas junto con su hermana Helena, en una época en la que no era muy habitual que las mujeres cultivaran su intelecto. Helena marchó a París con la promesa de que ayudaría a su hermana a ir con ella, cosa que ocurrió en 1891, ya con 24 años.

En París, Marie se matriculó en la Sorbona en física y matemáticas. Además, era la primera vez que salía de Polonia, así que además de la dificultad científica, tenía la dificultad del idioma, a la vez que aprendía ciencia, aprendía francés. Había que conseguirlo todo.

Marie era mujer que vivía del intelecto. Hay pocos ejemplos de seres humanos así, pero sí que hay bastante ejemplos de genios con este rasgo. Para ella disfrutar de la vida no era lo más importante, tenía que aprender, crear, aportar, descubrir, y a fe que lo consiguió. 

Acabó física en 1893, con el número 1 de su promoción y matemáticas en 1894 con el número dos. No quiero pensar qué habría hecho si hubiera sabido francés desde el primer día. Afortunadamente para la humanidad, se quedó en la universidad para realizar el doctorado y allí conoció a Pierre. Se enamoraron perdidamente, eran dos almas gemelas, dos personas que disfrutaban de la investigación y de la ciencia. Y conectaron. Tanto que no tardaron en casarse, 1895 y se dedicaron a la investigación. En el mismo 1895 descubrieron los rayos x y al año siguiente la radioactividad natural.

Extraño fenómeno este de la radioactividad en el que los elementos parecían que no querían ser como son e irradian energía en diferentes formas, rayos x, rayos gamma o incluso variando el isótopo. Un elemento radioactivo, con el paso del tiempo puede acabar siendo otro elemento diferente.

Marie y Pierre, curiosos como eran, descubrieron este fenómeno y lo publicaron. Era un descubrimiento magnífico y dirigida por el propio Bequerel, realiza su tesis en este campo. En 1903, recién doctorada, recibe el Premio Nobel, junto con su marido y con su director de tesis. Un doble reto. Había sido la primera mujer en doctorarse cum laude y la primera mujer en recibir un premio Nobel. Pierre, por su parte había conseguido la cátedra en la Sorbona. Ellos habían roto barreras, marcado camino, pero una vez recogido el premio, volvían a su casa y había que seguir.

La vida de Marie no fue nunca sencilla y al poco, su marido Pierre fallecía en un accidente. La Sorbona tuvo un gesto sin precedentes y ofreció a Marie la cátedra de su marido. Sentimentalmente oportuno, pero desde luego, no iban a encontrar a alguien más capaz que ella para asumir el reto. Y así fue como, en 1906, se convirtió, además en la primera catedrática y profesora de la Sorbona, nada menos que 650 años después de su fundación. 

Aquella chica de 24 años que salía de Varsovia era, 15 años después una reputada científica, Premio Nobel, doctorada cum laude, catedrática y... viuda madre de dos niñas. Había que seguir destacando para seguir avanzando. No quedaba de otra.

Y siguió. En 1910 aisló un gramo de radio puro y recibió un segundo Premio Nobel, ahora de química, por dicho descubrimiento. Ni 20 años llevaba en París y ya era la primera persona con dos premios Nobel. Más de 50 años tardaron en igualarla y sólo 3 personas lo han conseguido. De hecho, sigue siendo la única persona en tener dos premios Nobel en dos campos científicos diferentes.

Siguió investigando, con una perspectiva cada vez más altruista. No patentó el descubrimiento del radio y trabajaba en pos de una mejor humanidad. Su reconocimiento era cada vez mayor y su cansancio, también. En 1914 llegó la Primera Guerra Mundial y Marie creó un cuerpo de élite con un radiógrafo portátil para tratar a los soldados en el frente de batalla. Su transporte era conocido como "Petit Curie" y le llevó a ganarse aún más el respeto de la gente. Era una mujer querida y admirada y así se lo demostraron en Nueva York, cuando en su visita, en olor de multitud, le regalaron un gramo de radio puro. Ella lo donó al instituto de la radioactividad de Varsovia.

Nunca olvidó su patria natal. Polonia, no existía como tal, sino que estaba repartida entre Rusia, Prusia y Austria, así que cuando tuvo que nombrar un nuevo elemento que había descubierto, no lo dudó: Polonio. Su patria, al menos, quedaría para siempre en la tabla periódica, para que no se olvide su nombre. Más tarde, Polonia volvería al mapa, pero ella nunca lo vería.

En 1934 fallece, víctima de su propio éxito, por los perjuicios de la radioactividad. Dejó un legado inigualabe, pero aún dejó un legado más. Su hija Irene fue también Premio Nobel en 1935 y su otra hija, Eva, escribió una biografía de su madre que fue un gran éxito. Además de gran ejemplo, consiguió trasmitir sus valores a sus descendientes.

Marie fue tan inigualable que, hoy, un siglo después y en una época de ignorancia, todo el mundo la conoce. Ejemplo de científicos y ejemplos de seres humanos,  marcó un camino para intentar crear un mundo mejor desde donde uno puede aportar, desde donde uno es válido. No es necesario ser un Gandhi (que se merece también una entrada) para hacer de esta bolita azul un mundo mejor, simplemente bastaría con ser buenos en lo que uno sabe hacer, siempre con las ideas claras y la dignidad alta. A veces es suficiente con hacerlo todo mucho más sencillo. 

lunes, 3 de febrero de 2014

Si lo se, me callo

Después de casi un mes de cansancio nocturno, retomo mi blog. Hoy he dudado sobre qué escribir, pero al final me he animado para escribir sobre curiosidades de genios que todos conocemos.

Muchas veces me he preguntado si los maestros se dan cuenta de lo que tienen entre mano, si los profesores son capaces de  sacar todo el jugo a sus alumnos o mejor aún, si consiguen que los alumnos puedan sacar todo su capacidad en un futuro. Tuve la suerte de pertenecer a un curso de bachillerato de primer nivel, donde ahora mismo hay médicos reconocidos, ingenieros de primer nivel, responsables empresariales y administrativos e incluso, un puntero internacional en su campo. Pero también ha habido sorpresas, gente que cuando estudiaba no llamaba la atención y después, por lo que sea, destapa el tarro de las esencias y consigue llegar mucho más lejos de lo que se pensaba. El típico comentario de "nunca hubiera dicho que..."

Pero esto no nos pasa sólo en la vida cotidiana. Hay ejemplos de genios que han sufrido en sus carnes esto, algunos muy significativos y algunos de estos casos, los contaré hoy.

Empezaré con la mente que representa al siglo XX. Albert Einstein es, sin lugar a dudas, un genio. Sin embargo, aunque sus estudios de joven fueron brillantes, con 16 años intentó ingresar en la Universidad de Zurich, pero fue rechazado por suspender en lengua extranjera y biología y tuvo que dedicar un año a prepararse hasta que lo consiguió. Era brillante, pero poco más. Sin embargo, en la Universidad conoció a Mileva Maric, una estudiante serbia que consiguió dar con la fibra sensible de Albert y sacarle todo su jugo. Einstein era un magnífico físico, pero Mileva era una extraordinaria matemática. Terminaron simultáneamente sus estudios y Einstein propuso una tesis doctoral que el doctor Weber rechazo. Una no, ¡tres proyectos de tesis rechazó el doctor Weber!. Einstein terminó desarrollando su tesis sobre las dimensiones moleculares en un trabajo extraordinario de sólo 17 folios en 1904. Y en 1905, publicó su famosa Teoría de la Relatividad. Nunca se reconoció ayuda por parte de Mileva, pero ella estuvo a su lado y años más tarde, en 1921, cuando recibió el Nobel, le entregó el cheque íntegro a Mileva, de la que ya estaba divorciado y casi no mantenía relación. ¿Acaso un reconocimiento a su ayuda? No se sabrá. Lo que sí se sabe es que el Doctor Weber probablemente no pensaba que enfrente suya se encontraría la mente que cambió el razonamiento físico de la humanidad y el símbolo futuro de los genios.

Otra leyenda científica que también tuvo momentos complicados fue Charles Darwin. Hoy en día nadie pone en duda su teoría de la Evolución, y se ha convertido en un símbolo de los estudiantes de la naturaleza. Sin embargo, el joven Charles, fue, junto con su hermano Erasmus a la universidad en 1825 para estudiar medicina. Le parecía algo tedioso e insoportable, así que tres años después, su padre decidió que ya estaba bien de estudiar y lo mandó a estudiar letras para que se volviera pastor protestante. Pero, lo que son las cosas, en esa escuela se topó con un profesor llamado John Stevens Henslow que le introdujo en una nueva corriente religiosa de la época que se estaba poniendo de moda y que era el germen de los primeros naturalistas, una corriente llamada la teología natural. Y ahí encontró la piedra que le faltaba por encajar. Después de un año complicado, se aplicó en este campo y consiguió, por fin aprobar. Poco después su profesor Henslow le ofreció un puesto de naturalista sin retribución que aceptó. La historia de después ya la sabemos.

Hay miles de ejemplos más, Picasso, Unamuno, Balzac, el propio Churchill o incluso Bill Gates (bueno, este nunca ha sido un genio, fue más bien un hábil hombre de negocios), pero para terminar, voy a contar quizás la historia que más me gusta, porque la escuché de pequeño y que aún hoy me llama la atención de cómo la administración puede pensar que la gente no tiene corazón. Es la historia de Giuseppe Verdi. Verdi nació en un pequeño pueblo del ducado de Parma, donde ya recibió algunas clases de música. Más tarde fue a vivir a Busseto donde su maestro Ferdinando Provesi le daba clases. Consiguió ser el organista de la Iglesia del pueblo, pero era un pueblo pequeño y si quería progresar tenía que ir a Milán y allí fue, para seguir su carrera gracias a Antonio Barezzi y aun préstamo del banco de su pueblo. Intentó entrar en el conservatorio, pero no fue admitido y tuvo que buscarse un profesor particular durante varios años. Este profesor, master concierto en La Scala sí consiguió sacar de Verdi lo que se esperaba de él y lo formó muy de cerca hasta que en 1839, siete años después de su rechazo, consiguió estrenar su primera ópera, "Oberto". Después de ella, "Nabuco", "MacBeth", "Riggoletto", "Aída" y tantas otras que todos recordaremos. Ya casi anciano, la ciudad de Milán decidió darle un homenaje, nombrando su conservatorio con su nombre. Conservatorio Guiseppe Verdi se llamaría, pero Verdi, en un gesto medio arrogancia medio dignidad se negó. El nunca había podido formarse en ese conservatorio. Sin embargo, ya fallecido, sus familiares si aceptaron el ofrecimiento y actualmente se llama así, Conservatorio Giuseppe Verdi, aunque no deja de ser curioso.

En realidad debe ser complicado adivinar lo que te viene con unos gestos o en ciertas circunstancias, pero hay genios universales que parecían no dar con la clave, hasta que encuentran a alguien que consiguen que saquen lo mejor de uno. Eso sí, seguro que, pasado el tiempo, sus maestros pensaron "si lo se, me callo".

domingo, 12 de enero de 2014

Rumiando para salvar vidas

Después de un descanso navideño en el blog, comienzo con una historia para el alma de mi vida (la hemos comentado antes de escribirla), de las que más me gustan, una historia filantrópica, que sirvió para salvar miles de vidas gracias a la observación natural y al sentido común y que perduró para siempre en su nombre. Y además es una historia poco conocida.

La historia comienza  a mediados del siglo XVIII. Era un mundo en el que la modernidad y la civilización querían abrirse paso en un mundo aún dominado por el absolutismo. En ese mundo de navegantes y mundos por descubrir existía una enfermedad que mató a millones de personas, llamada la viruela. Esa enfermedad vírica infecciosa llenaba al enfermo de pústulas y solía causarle la muerte. Fue la auténtica pesadilla para los indígenas americanos, que no estaban preparados en su organismo para sobrevivir a esta infección y, que si se contagiaban, morían irremediablemente. De esto murió el líder azteca Cuitláhuac y el líder inca Huayna Capac. Pero no solamente en América la viruela fue una plaga. Europa también sobrevivía a duras penas a esta enfermedad y quien la padecía tenía muchas posibilidades de muerte. Entre ellos también un líder, el rey Luis I de España (ver entrada "El Rey Efímero"). Se estima que sólo en el siglo XX las muertes por viruela en el mundo ascendieron a 300 millones, así que imaginaros en el siglos anteriores.

Como veis, todo el mundo estaba sujeto a esta enfermedad y los médicos soñaban con sanarla, cosa que nunca se consiguió. Todos los médicos la observaban y pensaban cómo buscar una solución, expertos, rurales, reconocidos, noveles, todos. Pero fue un inglés llamado Edward Jenner quien vio algo que le llamó la atención y lo aprovechó.

Jenner es uno de esos hombres olvidados por la historia cuya contribución a la misma ha significado salvar miles de millones de vidas (en este caso, literalmente). Médico rural británico, veía cómo en su entorno, morían y morían personas por esta enfermedad sin poder hacer nada para solucionarlo. Consuelo y cariño para el moribundo, poco más. Pero en un momento dado llegaron a sus oídos las noticias de que las ordeñadoras de vacas que habían contraído la versión de la vaca de la viruela (es una enfermedad que se pasaba al hombre, pero que era bastante más tenue, y por supuesto, no mortal), no desarrollaban la infección de la viruela humana. Cuando lo escucho, investigó algo sobre el tema y encontró una granjera británica llamada Lady Montagu que a primeros de siglo había llegado de Turquía, donde los campesinos pinchaban con agujas infectadas en pústulas de viruela de vaca a sus hijos para que no desarrollaran la viruela y él lo relacionó y lo concretó. ¿Tendría algo de cierto? ¿Y si fuera capaz el cuerpo de, venciendo un virus similar, poder vencer al otro? Sólo había una forma de saberlo, probando.

Y para asegurarse que la prueba no estaba contaminada se la jugó con un niño de 8 años, hijo de un vecino suyo al que inyectó pus de las pústulas de una de las granjeras infectadas de la viruela de vaca. El niño superó la enfermedad en unos días, como era habitual y posteriormente Edward Jenner inyectó al niño pus de viruela humana. El niño ni se enteró de esta segunda inyección: ya era inmune y el médico rural había dado con la prueba: se había encontrado el remedio para una enfermedad mortal. Esto sucedió en 1796.

Edward Jenner rápidamente lo expuso al mundo y fue reconocido mundialmente en 1805, cuando ni más ni menos que Napoleón ordenó inmunizar a toda su tropa con el método de Jenner contra la viruela. Quería asegurarse que esta enfermedad no mermaba sus tropas en la inminente conquista de Europa.

Programas masivos de inmunización se fueron desarrollando entre el siglo XIX y el siglo XX. Incluso todos los que ya tenemos una edad, recordamos en nuestros mayores una cicatriz redonda en los brazos, producto de esta inyección. Gracias a estos programas, la viruela tiene un honor especial. Hoy en día es, junto con la peste bovina, las dos únicas enfermedades erradicadas de la Tierra. El último caso conocido fue en 1977 (en 1978 hubo otro caso por mala manipulación del virus en laboratorio), así que esta enfermedad es, hoy en día, oficialmente, historia.

Jenner otorgó un nombre a su descubrimiento que perdura hasta hoy: vaccine, del latín vacca y que en español significaba "relativo a la vaca, vacuno", en homenaje al animal que dio origen a su descubrimiento. Y así quedó para siempre en nuestro español la palabra "vacuna" como método para inmunizar al ser humano de una enfermedad. Una palabra en un contexto extraño, pero con un origen lógico y que ha salvado millones de vidas.