domingo, 27 de marzo de 2016

Pioneros y olvidados.

A veces los españoles hacemos cosas que son francamente increíbles. Cosas fuera de su tiempo. Sin embargo, tenemos un sentimiento de culpa que nos lleva a ningunear nuestras acciones y a sobrevalorar las acciones de otros. Nuestra obra más universal derivó en una palabra negativa, para definir precisamente la valoración de lo propio: quijotismo. Somos así.

Y la historia de hoy es un hito del mundo del cine, pero desconocido en España. En España, los años 40 son años de miseria y hambre. Nuestros mayores nos lo cuentan y nuestros niños no se lo pueden imaginar. Un país donde no había comida, donde conseguir algo de leche o patatas era un festín, donde la carne era ciencia ficción. Un país destrozado por una guerra y un dictador.

Cartillas de racionamiento, miedo a la represión militar, pobreza. Pero España es un país capaz de realizar cosas increíble. En la dificultad el español se crece, casi de la misma forma que se mengua en la abundancia.

Así, en un país que tenía un salario medio industrial de 12,27 pesetas diarias, unos locos de Barcelona decidió jugarse todo su patrimonio para conseguir poder distribuir las películas de Disney. En aquel momento era necesario producir películas propias para distribuir las que podrían venir de otros países. Así que decidieron arriesgarse y crear un engendro: la realización de una película de animación en color, al estilo de Blancanieves y los 7 enanitos, creada por Disney apenas 6 años antes.

Era toda una aventura. No sólo por lo que significaba tecnológicamente, sino porque no había público, y las autoridades no debajan mucho margen para trabajar. Los locos eran Ramón Balet y Jose María Blay, creando la productora Balet y Blay. Había que elegir un argumento adecuado. Para evitar problemas, eligieron un cuento recién publicado por el régimen: Garbancito de la Mancha, de Julián Pemartín. Julián Pemartín era en ese momento el Director del Instituto Nacional del Libro, así que seguro que dejarían la película y no se entrometerían en ella. De hecho, se modificó y se introdujeron escenas y guiños para reducir la carga ideológica (pro-régimen) de la obra escrita. El peloteo de haber seleccionado la obra del censor eliminaron los problemas. Y empezaron a trabajar en 1943.

Se emplearon a 90 personas y se realizaron más de 350.000 dibujos, capitaneados por Arturo Moreno. En aquella época, la animación se hacía a mano y había que filmar pasando las hojas de los dibujos. Completamente artesanal. Tardaron 2 años en dibujarlo todo. En total el presupuesto fue de 3.800.000 pesetas. Una auténtica fortuna para la época.

Si se tiene en cuenta que el salario medio actual en la industria es de 101 euros (datos del INE de diciembre de 2014), y haciendo la equivalencia, la película hubiera tenido, a día de hoy un presupuesto de más de 31 millones de euros. Sería la tercera película española con más presupuesto. Una auténtica barbaridad.

Arturo Moreno y los productores eran unos románticos admiradores de Disney y decidieron hacer a mano las mejores técnicas, así que la película se rodó en color. Se convirtió en histórica, al ser la primera película de animación en color fuera de Estados Unidos.

La película, lejos de ser un fracaso, fue todo un éxito. Se comportó bien en taquilla y por supuesto, las críticas fueron buenas. ¿Alguien de aquella época osaría criticar a un libro de un autor del régimen? Es más, no fue sólo el hito de la película, fue también la primera gran marca de merchandising en España. Se hicieron cromos, muñecos, libros,... Los productores no sólo consiguieron recuperar la inversión, ganaron en torno a 2 millones de pesetas de esa España. Un exitazo.

Sin embargo no soportó el paso del tiempo. Estaba demasiado condicionada por el momento en que se hizo. Diálogos anticuados (como casi todos los escritos que de esa época) y su calidad técnica no puede ser comparable con las actuales. Incluso la Blancanieves de Disney, obra maestra sin duda, no soportaría cualquier análisis machista en los tiempos actuales. No puede perderse la perspectiva que son películas de otra época.

Pero el español es así y la obra quedó en el olvido y hoy en día quedan solo copias en baja calidad. Nadie ha querido restaurarla (incluso traducirla a un lenguaje más actual). Sólo a finales de 2015, cumpliendo los 70 años de la película se realizó una exposición en Barcelona recordándola.

Aunque la película no soporte una proyección hoy en día, es una pena que la ninguneemos de esa forma. La película en sí es un hito, por lo que significó y por lo el ingenio de los productores. Es en los momentos de dificultad cuando los españoles sacamos lo mejor de nosotros y esta película es una muestra más de ello.

domingo, 13 de marzo de 2016

Un brillo que no puede contenerse

En la historia de la ciencia hay pocas mujeres que brillen con luz propia. Nuestra civilización prefirió abandonar  a la mitad de su capacidad por religión, costumbre o, simplemente, miedo.

Pero afortunadamente hay excepciones. La historia de hoy comienza en un pequeño pueblo de Massachusetts, Lancaster, donde en 1868 un pastor protestante tiene un hija a la que llamó Henrietta. Henrietta Swan Leavitt. Afortunadamente para todos nosotros, el pastor decidió que su hija estudiara y tras cursar la primaria ingresó para licenciarse en el Instituto Radcliffe, una sección femenina de Harvard, con muchísimo menos prestigio. Al fin y al cabo sólo estudiaban mujeres.

En esa licenciatura estudió arte, griego clásico, filosofía, geometría analítica y cálculo. Y en su último curso estudio algo de astronomía, que superó con notable. Era el año 1892 y Henrietta había conseguido licenciarse con 24 años. No era ninguna lumbrera, pero, desde luego no era nada tonta.

Además, tras acabar los estudios, dedicó un tiempo a viajar, en el que cogió una enfermedad que le atacó al oído, quedando sorda total.

Así que tenemos a Henrietta, una mujer ya de 25 años, sin un brillante expediente académico, sin experiencia académica y sorda. Difícil futuro para ella. Pero, consiguió entrar como ayudante en un laboratorio donde una serie de mujeres trabajaban como lo que ahora serían becarias para el profesor Edward Pickering, uno de los principales astrónomos de la época y director del observatorio de Harvard. Gratis, eso sí. Ella era una más de aquellas chicas, a las que llamaban "computadoras", pues su único trabajo, día tras día, era clasificar miles de fotografías espectrales de estrellas. A pesar del poco prestigio, era un grupo muy profesional. Idearon una clasificación en función del espectro y del brillo y clasificaron cientos de miles de estrellas. Esa clasificación sigue usándose hoy en día.

En ese trabajo, Henrietta estaba bastante valorada, pero siempre como ayudante, nada más. Pickering le asignó el trabajo de analizar las estrellas variables cuya luminosidad varía con el tiempo, y le asignó un sueldecito. Leavitt analizó una a una 1777 estrellas y en particular las Cefeidas. Recibía un salario de risa: treinta centavos la hora. Pero ella era tenaz y meticulosa, se dedicó durante años a hacer su trabajo. Le jefa de las "computadoras" la definió como "la mente más brillante del laboratorio". Y, claro, destacó. 

Después de mucho análisis se dio cuenta que el periodo de las Cefeidas variaba de forma distinta en función del brillo, y consiguió determinar la relación entre el brillo y el periodo. Realizó un trabajo que lo describía y se lo entregó al profesor Pickering. Pero Henrietta era una becaria, mujer y sorda. Obviamente, no fue considerado. Sin embargo, años después, en 1912, el profesor se dio cuenta que estaba en lo cierto y tuvo las agallas de los sabios: publicó el estudio "Periodo de 25 estrellas variables en la pequeña nube de Magallanes" firmado por él mismo (para asegurarse que fuera publicado) e incluyó una frase inicial: "El siguiente estudio ha sido preparado por la Srta Leavitt", reconociendo de este modo, y para siempre, la valía de su ayudante.

Esta relación entre el brillo y el periodo ha sido posteriormente vital para la astronomía porque ha servido para conseguir medir el espacio. Determinar el brillo de una estrella permite, sabiendo con la intensidad que llega a verse, conocer su distancia. Y Henrietta había conseguido conocer el brillo de forma indirecta, a través del periodo de la estrella, lo que daba una opción a medir. El cielo estaba mucho más cerca desde ese día.

Sus avances fueron muy utilizados por los profesores de Harvard, en especial el profesor Hubble (que dio nombre al telescopio espacial), que, gracias a las reglas definidas por Henrietta y a las variaciones espectrales, determinó que la mancha de la constelación de Andrómeda no era una nube, sino, una gran y lejana Galaxia, a la que le dio el mismo nombre, Andrómeda y, de paso, descubrió que el Universo no se acababa en la Vía Láctea. Había galaxias más allá.

Henrietta siguió toda su vida como ayudante, y falleció relativamente joven, en 1921, de cáncer. En su testamento dejó todo lo que tenía: 11 objetos que sumaban un valor de 392 dólares. Pura humildad para la mujer que había conseguido averiguar cómo medir el Universo.

Quiere el capricho de la historia que tres años después de su muerte se enviara una carta desde Suecia para proponerla para el Nobel, por su descubrimiento, aunque como el Nobel no puede otorgarse a personas fallecidas, nunca fue propuesta. Pero al menos dejó constancia que hay personas que aunque sean humildes, por voluntad y porque las circunstancias se lo imponen, tienen tanto brillo que no pueden evitar destacar. Y ese brillo, como el que sirvió a Henrietta para medir el espacio, no puede contenerse.

martes, 8 de marzo de 2016

Vuelva usted mañana... si estamos

Este fin de semana lo hemos pasado en compañía de auténticas Viejas Glorias en un sitio fantástico, Teba, en la provincia de Málaga. Hemos visitado el Desfiladero de los Gaitanes y, en las visitas a los embalses del Guadalteba, Guadalhorce y el embalse del Conde he encontrado una historia curiosa. Una demostración de lo que es este país, tan bien descrito por el inolvidable Mariano José de Larra en su artículo "Vuelva usted mañana" (que por cierto recomiendo leer, porque podría estar publicado en estos días sin perder vigencia alguna).

Vayamos a primeros del siglo XX, cuando la zona del Desfiladero de los Gaitanes comienza a desarrollarse con una central hidroeléctrica (que llevó a la construcción del famoso "Caminito del Rey") y una presa. El desarrollo de los cultivos de la zona, en los planes de conolización rural de la época de Franco, llevó sobre 1960, a analizar proyectos para dotar de más agua a la zona y que, además permitieran solucionar problemas de recrecidas en la ciudad de Málaga. Tras varios análisis se establece, en 1961 que la solución para por construir dos presas, una en el río Guadalteba y otro en el río Guadalhorce justo en la confluencia de los dos ríos, de forma que sean casi una sola presa. Las obras de éstas comenzaron en 1966 y... aquí comienza nuestra historia.

Y comienza porque la construcción de estas presas inundarían una zona bastante extensa, y entre ellas, inundará un pueblo, Peñarrubia y su pedanía Gobantes, que además era una estación férrea de la línea Algeciras - Bobadilla.

Tras varios años de protestas e inquietudes, acrecentados por el secretismo de la propia administración que no daban información veraz a los vecinos, pero que veían que a pocos kilómetros se estaba construyendo una presa y cómo el pueblo dejó de recibir obra alguna, todo se confirmó en 1969, El 25 de abril el Consejo de Ministros aprobó el abandono del pueblo, ofreciendo varias alternativas de reubicación entre los poblados colonos de la época. En 1970 se establecieron las indemnizaciones y comenzó el éxodo, aunque el desalojo oficial comenzó el 30 de Marzo de 1971. Ese día el ACB publicó: "Comenzado el desalojo del pueblo de Peñarrubia (Málaga)", estableciendo en 4.000 los vecinos que se tendrían que desplazarse.

El traslado finalizó en abril de 1972, la mayoría se trasladaron a Santa Rosalía, cerca de Málaga. Peñarrubia ya era un pueblo fantasma y se tiró abajo todo menos tres edificios, que se dejaron como recordatorio a lo que fue: la iglesia, el colegio y el cuartel de la Guardia Civil. Así llegamos a enero de 1973. Llovió y el embalse hizo su función. El pueblo desapareció... o no.

Buceando en las actas de la época, veo que el 20 de junio de 1973, seis meses después de que el pueblo desapareciera, literalmente del mapa, se designan a cuatro personas (Eulogio Abelenda, José Fernández, Diego Martínez y Carme Werner) en pleno en la Diputación de Málaga para que se estudiara "el mejor destino para el municipio de Peñarrubia, sus tierras y sus gentes". El Ayuntamiento de Peñarrubia inició el expediente unos meses antes, pero no había llegado a ningún sitio, aunque sí estableció ciertas condiciones para quien incorporara el terreno: debía absorber la plantilla, facilitar el archivo de documentos y condicionar la entrega de los bienes a lo que suceda con Santa Rosalía (donde se habían marchado la mayoría de vecinos). Recuerdo que el pueblo ya llevaba 1 año y 2 meses sin población y casi 7 meses dentro del pantano.

Fue el 14 de julio de 1973 cuando en un pleno extraordinario se expusieron las razones de Campillos y Antequera para su adhesión y se votó por unanimidad que el municipio se incorporara a Campillos. Este hecho se corroboró en un Decreto, el 1458/1975, de 12 de junio (¡3 años y 2 meses después del desalojo y 2 años y medio después de su desaparición bajo las aguas del pantano!) en el que integraba a Peñarrubia en Campillos "ante la inminente desaparición del municipio por la construcción del embalse sobre los ríos Guadalhorce y Guadalteba...". Tela

Como siempre la administración, a su ritmo. Me hubiera gustado ver la cara de un cartero buscando el Ayuntamiento llevando una notificación allá por 1974... y encontrarse un pantano. Bueno, siempre podía haberlo buscado en Google Maps, aparece... dentro del pantano.

Me encantó la historia, porque es una demostración clarísima que la administración va muy por detrás de la realidad, incluso en caso de hechos evidentes. Y, lamentablemente, no es un tema de otra época. Incluso ahora, en la era de la velocidad de la información, sufrimos estos males. Ojalá algún día podamos arreglarlo, en ello va, entre otras cosas, nuestro propio futuro.