martes, 22 de octubre de 2013

Una república de otro tiempo

Europa ha sido siempre un continente volátil. En los últimos 2000 años ha vivido transformaciones geográficas y políticas casi continuas. Invasiones, guerra, cambios. Países que ya no existen, como Prusia, países que se unificaron, como Italia, Alemania e incluso España, países que se disgregaron como Yugoslavia, Checoslovaquia o la misma URSS, un cambio continuo del que quedan algunos vestigios del pasado por ahí repartidos.

La entrada de hoy es de uno de esos vestigios. Generalmente la conocemos por ser la selección de fútbol que más pierde o por tener un gran premio de motociclismo que no se disputa en su territorio. Es la república de San Marino. Un diminuto país, situado en medio de Italia, rodeada completamente por ella y que curiosamente, a pesar de su nombre, no tiene mar, aunque está a sólo 10 Km de él.

Su tamaño es de 61 Km2, menos de la mitad de la ciudad de Sevilla, pero es ni más ni menos que el país soberano más antiguo del mundo.

Su origen fue una comuna creada por un cantero cristiano llamado Marino, que huyendo de las persecuciones romanas llegó a establecerse en un monte del centro-norte de la península italiana, llamado monte Titano. Esta comuna evolucionó en el tiempo, hasta que en el siglo X, se estableció como territorio independiente, llamado Territorio de San Marino y posteriormente, República de San Marino, en honor al cantero fundador. Ya no era una comuna, era una comunidad monástica, pero con su propio sistema republicano de gestión. Pero republicano a lo que se entendía en la antigua Roma de república, no lo que se entiende por ello después de la revolución francesa.

Consiguió mantener su independencia a pesar de las tensiones limítrofes y del papado, que lo reconoció como independiente en 1631. Napoleón lo reconoció como independiente en su invasión italiana en 1797 y otras potencias en el congreso de Viena en 1815. Con Italia, sobrevivió a la reunificación firmando tratados que reconocían su independencia, el último en 1971.

Pero lo más curioso que tiene San Marino es que mantiene el sistema de gobierno de república romana. Está gobernado por un Consejo Grande que es elegido por votación popular. Inicialmente este Consejo era un Arengo, o consejo de los cabezas de familia, pero desde el siglo XIII (¡todavía no se había reconquistado Sevilla a los árabes!) ya se escoge el Consejo Grande por votación.

Este Consejo elige a dos de sus miembros como Capitanes Regentes por periodo de 6 meses y éstos y su consejo de ministros es el poder ejecutivo del país. Los dos elegidos son de partidos diferentes, lo que obliga a una jefatura equilibrada. Se nombran los días 1 de abril y 1 de octubre de cada año. Esto es un vestigio de la república romana, que mantenía dos regentes y reelecciones cada 6 meses.

Pero lo verdaderamente extraño sucede cuando cesan del cargo. Al igual que en las repúblicas romanas, tras cada mandato existen tres días en los que los ciudadanos pueden presentar quejas sobre las actuaciones de los jefes de estado. Estas quejas, si son admitidas a trámite, abre automáticamente un proceso judicial a un ex jefe de estado. Es una de las máximas de la gestión de San Marino, la auditoría pública continua y en la página web del mini estado se enorgullecen de ello.

¿Os imagináis qué pasaría si en España, cada vez que hubiera un cambio de gobierno se abriera un proceso de quejas a la gestión del ex presidente? Mejor no imaginarlo. Sin embargo, parece un ejercicio de sanidad democrática la gestión que tiene San Marino de sus instituciones. 

En el tema judicial también tiene sus particularidades. San Marino, delega en jueces extranjeros, salvo en los casos de jueces conciliadores (equivalentes a jueces de paz, que sí pueden ser del país), y existe un consejo garante de la constitución que en 2002 sustituyó al tradicional consejo de los XII, que ha quedado como órgano administrativo. El Consejo Garante es elegido por el Consejo Grande y es el funciona como corte de apelación y gestiona las quejas a los capitanes regentes. Para que os hagáis una idea de la tradición del país, el código penal vigente data de ¡1865!

Un cambio reciente se produjo en 2001, que adoptó el Euro como moneda, aunque no pertenece a la UE. Es uno de los cuatro únicos países que adoptaron oficialmente el Euro sin pertenecer a la Unión. Los otros también son microestados europeos: Andorra, Vaticano y Mónaco.

Es una república de otro tiempo, incrustada en el siglo XXI. Pero lo que se ve es que los problemas de la antigüedad son los mismos que los actuales, y ya pensaron en controles para evitar el abuso de lo común, de lo público. Los antiguos no eran más torpes ni más insensatos. Simplemente eran de otro tiempo.

Es que, a veces, mirando al pasado se ve que la evolución no es tal y que, probablemente, sólo hay que mirar al pasado para aprender para el futuro.

jueves, 10 de octubre de 2013

Un ejemplo de gestión de la diversidad

Por circunstancias de la vida me ha tocado pocas veces estar en islas. Un par de veces en Canarias, otro par en Baleares y otro en las islas británicas. En todos los casos he tenido una sensación similar, estar enclaustrado, perdido. En Fuerteventura fui capaz de recorrer todas las carreteras de la isla. Todas. Incluso las de tierra. En el fondo, los que somos de un país continental pensamos en las islas como en un lugar relativamente pequeño, relativamente alejado y donde se puede uno perder. Las distancias son otras, y la forma de vivir también.

Es por eso que me llama mucho la atención que el cuarto país más poblado del planeta es un país que no tiene nada de territorio continental. En un país exclusivamente insular, pero con más de 17.500 islas, Indonesia multiplica por 4 la dimensión de España y casi por 6 la población. Indonesia es un monstruo insular, un país único en el mundo y en el que se dan, por sí misma muchas curiosidades.

El territorio de Indonesia está repartido por un archipiélago entre los Océanos Índico y Pacífico, y que llega casi desde la península de Malasia hasta Australia. De extremo a extremo más de 5.500 Kilómetros. Más que la anchura del Océano Atlántico, para que nos hagamos una idea. 

Dentro de las islas que forman su territorio están algunas que son muy conocidas, como Borneo, o Nueva Guinea (estas dos islas son mayores que España), Sumatra o Java (la isla más poblada del mundo) y ciudades también conocidas, como Bali o Yakarta. 

De las 17500 sólo unas 6.000 están habitadas, el resto, son demasiado pequeñas y son islas ideales para perderse en ellas. Sin embargo, no deja de ser curioso que en tres de las principales, Borneo, Nueva Guinea y Timor, Indonesia tiene soberanía sólo sobre parte de la isla. Borneo la comparte con Malasia y el sultanato de Brunei. Timor con Timor Oriental y Nueva Guinea con Papúa-Nueva Guinea. Es un país acostumbrado a gestionarse a si mismo y no le importa tener dividido el territorio. 

El origen de este extraño país fueron las colonias holandesas en Asia, que desde el siglo XVIII fueron clave en el comercio marítimo. A primeros del siglo XX y justo antes de la II Guerra Mundial decidieron que ya estaba bien de colonialismo holandés y comenzaron la lucha por su independencia. En su guerra de independencia, a pesar de la distancia y la diferencia de características, la población de Indonesia se unió en contra del poder establecido, primero contra el poder holandés y después contra la invasión japonesa de la II Guerra Mundial, lo que permitió crear un sentimiento de país, independiente desde 1945 que perdura hasta hoy mismo. 

Aunque es el estado mayoritariamente musulmán más alejado de La Meca, con su cantidad de islas y distancias, obviamente, Indonesia es un conglomerado de etnias y lenguas. En este país hay más de 300 grupos étnicos y 700 lenguas distintas. Pero, por el bien de la convivencia, este país adoptó un idioma casi artificial, el indonesio, para cooperar entre los territorios y se enseña en todo el país y es el que se usa en las relaciones comerciales y administrativas, aunque prácticamente toda la población tiene un idioma materno diferente. A pesar de tanta diferencia y aunque ha habido algún enfrentamiento, en general las etnias conviven en armonía. 

Es un país diferente, disperso, singular, extraño, pero todo un ejemplo de gestión de la diversidad que desde aquí se echa bastante de menos. Al final, convivir, es lo importante.

martes, 1 de octubre de 2013

Un invento casual hoy imprescindible.

Hoy en día hay algunas cosas de uso cotidiano, muy común, y algunas de ellas, que parecen que han estado toda la vida con nosotros, realmente tuvieron un inicio, un inventor, un punto de partida, una casualidad.

Pero, como comenté en la entrada dedicada a la penicilina, lo importante es saber que el hecho casual que se produce no es tan casual, sino que pasa por algo y hay que ser capaz de averiguar qué lo produce, analizarlo y reproducirlo para beneficio general.

Algo así le paso en 1790 a un físico italiano llamado Luigi Galvani. Realmente no era físico, era más bien naturalista, cosa que en la época podría asimilarse a veterinario. Analizaba animales, pero vio algo que le llamó la atención mientras analizaba ranas.

Las ranas, diseccionadas y colgadas en ganchos para su análisis, esperaban su estudio. Galvani utilizaba un bisturí de hierro para ello, pero colgaba las ranas en ganchos de bronce. Un día, el bisturí, cargado de electricidad estática tocó por error el gancho y saltó un chispazo. Un chispazo que a todos nos pasa cuando nos cargamos de electricidad estática. Pero ese chispazo hizo moverse una pata de rana. Y Galvani, analista por encima de todo, lo vió.

Lo analizó todo lo que pudo, pero él era naturalista, no físico y solicitó ayuda a sus colegas para que replicaran el experimento. Su condición y su visión sesgada identificó a esa descarga y a ese movimiento como el aliento vital del músculo del animal. Era la misma vida que permitía retomar la vida de los músculos y la llamó electricidad animal.

Humilde, pidió ayuda y hubo un colega, Alessandro Volta que rápidamente cogió el testigo. Reprodujo el experimento y vió lo que había pasado... la electricidad no dependía de los músculos animales, sino de la diferente composición de los metales. Consiguió demostrar que la electricidad podía producirse si se juntaban discos de diferentes metales (cobre o plata y zinc, separados por discos mojados, para mejorar la conducción), y así creó una pila como hoy la conocemos, más o menos.

Un dato curioso más. Aunque parezca mentira, en Babilona ya existió una pila casi 2000 años antes que Volta. Eran una vasijas con un cilindro de cobre con una vara de hierro. A simple vista no parecía nada, pero si se llenaban con algo cotidiano de la época y alcalino, como el vino, ya está la pila de Volta. Simplicidad perdida en el tiempo.

Volta fue capaz de analizar y entender y pudo, además de ser capaz de reproducir el invento, demostrar que la electricidad no dependía de los músculos animales y que por lo tanto, la electricidad no era la fuerza vital de los seres vivos. Afortunadamente los trabajos de Volta no se publicaron hasta 1816 y eso hizo que, justo un año antes, una tal Mary Shelley se inventara la historia de un Frankenstein, en una noche que se merece una entrada en sí misma.

El invento de Volta, que se reprodujo en la Royal Society, le granjeó admiración internacional, hasta el punto que Napoleón le nombró Conde y le dio la medalla al mérito científico. Ya era todo un personaje y su nombre llega hasta hoy en forma de Voltios. Había perdurado en el tiempo y había conseguido un invento genial, un invento sin que hoy en día, no podríamos entender el mundo que nos rodea.