lunes, 29 de abril de 2013

Vivir con fósiles

El domingo fuimos al campo con unos amigos y entre carrera y carrera con Santi, me preguntó qué era un helecho. Es una planta, le dije, pero me acordé que es una planta a medio evolucionar y eso me hizo recordar una historia digna del blog.

Esa historia comienza en 1938, en Sudáfrica. Estamos en plena era colonial y en los albores de la segunda guerra mundial. Es ese año, un pescador en la desembocadura del río Chalumna estaba en sus labores y cazó un pez bastante extraño para lo que él solía pescar. De hecho, era la primera vez que veía un pez así.

Lo comentó a llegar a puerto y entre unos y otros consiguieron llegar a un investigador de una universidad sudafricana, J.L. Smith y al verlo, se extraño. No daba con la clasificación del pez, pero él lo había visto en algún sitio, y tardó unos días en conseguirlo. Cuando lo consiguió, no había duda, se había dado de bruces con un pez ya clasificado... pero extinguido hace en torno a 80 millones de años. Era un fósil viviente. Tan fósil viviente era que no dudó en mandarlo a una colega suya: la conservadora del museo de East London, y experta en fósiles que efectivamente se certificó que era un fósil viviente: un Celacanto.

Evidentemente, era un descubrimiento increíble. Único. Un pez extinguido hacía 80 millones de años había aparecido vivo. Era lo que se conoce como Taxón Lázaro: especies que se creían extinguidas pero que resucitan como Lázaro en la Biblia, después de millones de años sin aparecer. Pero desde entonces se ha seguido investigando este descubrimiento y se ha encontrado que su población no es tan pequeña. Se han capturado celacantos desde Sudáfrica hasta Indonesia, en un rango de 11.000 Km. Su peculiaridad es que en su evolución había aprendido a vivir a más profundidad y era más difícil dar con él y no fue hasta 1997 cuando se consiguió filmar en su hábitat natural. Es curioso pero ése era el gran problema que había para poderlo estudiar. El pez no soportaba la diferencia de presión y literalmente reventaba cuando se pescaba por error y se sacaba a la superficie, hasta que ése pez de 1938 consiguió soportar ese cambio para enseñarnos que la naturaleza siempre tiende a sobrevivir.

Pero, ¿es un caso aislado? No, por supuesto que no, aunque quizás el más significativo. En 1908 se pescó una especie de langosta marina en Filipinas que no se le dio más importancia hasta 1975 cuando se descubrió que no era una langosta sino una glifeoidea, una especie fósil que había sido dada por extinguida hace unos 55 millones de años.

Pero hay más, en 1952 se sacó de una fosa profunda de Costa Rica un Monoplacóforo, una especia de almeja de una sola concha, que se creía extinta hace nada menos que 400 millones de años.

Incluso hay reliquias vivientes que no se habían dado por extintas, pero que son especies que ya deberían haber desaparecido por la propia evolución: ejemplos como el Dipnoi, una especie de pez con pulmones, el Alquimi, que es una especie de ratón de campo de Cuba que tiene veneno en los colmillos, como las serpientes, el Triops, considerado el animal más antiguo aún vivo o el Monotremata, que es un mamífero... a medias, ya que pone huevos, segrega leche para las crías pero no tiene mamas, tiene tres huesos en el oído y tiene una temperatura casi constante, variando sólo entre 28 y 32 grados.

Animales que viven entre nosotros pero que conocieron otras épocas. La naturaleza se empeña en sobrevivir, y esto nos lleva a que compartamos nuestro mundo con auténticos fósiles vivientes... aunque no lo sepamos.

martes, 23 de abril de 2013

Una mecha de espaldas al pueblo.

Según un dicho popular que el hombre que olvida su historia está obligada a repetirla.

El otro día camino de Sevilla, con mi programa favorito en la radio escuché un capítulo sobre una de las fases de la historia que más me fascina: la etapa de la ilustración y pensé, esto se merece una entrada.

En España, la Ilustración llegó a través de Carlos III. Llegó a reinar un poco de rebote, después de que Luis I (ver entrada "El Rey Efímero") y Fernando VI, sus hermanos murieron sin descendencia. Entonces, él, con ya 43 años, y después de toda una vida en Italia, llegó el trono.

Llegó a un país que no paraba de mirarse al ombligo. Riquezas pasadas venidas de América se vivían en los recuerdos de la gente, unas colonias de ultramar cada vez más alejadas de España. Y llegó a una ciudad completamente insalubre en aquella época como Madrid y con unas finanzas completamente arruinadas.

Y llegó siguiendo implantando la tendencia que se imponía en aquella época en Europa. En esa época, una clase jerárquicamente inalcanzable (entonces, la aristocracia) gobernaba bajo el auspicio de un Rey absolutista que se dedicaba a legislar a su antojo para el beneficio del Estado, pero sin ver que efectos tenía eso en la población. Había nobles que apoyaban a unos candidatos a reyes o a otros, pero una vez designado el rey, todos eran de la misma clase social y por tanto, eran respetados.

Se pensaba que el Estado tenía servicios indiscutibles (entre ellos las guerras de ultramar) y para mantenerlos ello se tomaban todas las medidas y reformas necesarias.

En España, Carlos III cuando llegó, decidió nombrar como gobernante principal a Leopoldo de Gregorio. Probablemente a nadie le suene este hombre, pero si suena como se le conoce en España, el Marqués de Esquilache. 

Esquilache fue un reformista. No tiene un gran recuerdo en España, pero realmente, de forma objetiva no fue mal gestor: quitó privilegios a la Iglesia (les obligó a pagar un impuesto por los bienes en desuso, por ejemplo), saneó Madrid y, por ejemplo, estableció el sistema de Aduanas que hoy conocemos, pero se equivocó en la forma. Hay veces que la forma es tan importante como el fondo, y Esquilache es un gran ejemplo de ello.

Para todas las reformas necesitaba dinero y como siempre, al final lo pagaba el pueblo. Esto también era tendencia en Europa en aquella época. Y eso fue creando malestar.

Y fue un detalle lo que hizo que la población saltara: el pueblo se levantó en armas cuando se prohibió llevar capa larga y sombrero de ala ancha. En principio para evitar que la gente portara armar sin ser vistos y poder limitar la delincuencia. Pero eso, simplemente, fue la gota. Y la gente se levantó. Carlos III fue lo suficientemente listo como para parar el golpe, rectificar, cesarlo y poder gestionar de formas más cortés con el pueblo a partir de entonces y eso fue lo que hizo que la cosa no pasara a mayores. En otros países  esta forma de gobernar llegó terminó mucho peor.

Estados Unidos obtuvo su independencia en esa época tras una guerra, provocada por no dejar descargar un barco de té por culpa de un impuesto, Francia se levantó en la Revolución por el cese de un ministro, Rusia tuvo el levantamiento cosaco de Pugachov y Portugal falló en su intento en 1759.

Siempre es bueno no olvidar que en los momentos tensos, cualquier chispa hace prender la mecha y puede tener un consecuencia inesperada, e, incluso, desmesurada. En fin... esperemos que ésto sólo sea Historia.

lunes, 15 de abril de 2013

Más años que Matusalén (ella lo consiguió).

Dentro de poco hace dos años que murió la Abuelita Vieja. Con 101 años murió la pobre. Pensando en ella, me decidí a escribir esta entrada. Por que ella, realmente lo consiguió. 

Todos hemos escuchado mil veces la expresión "Eres más viejo que Matusalén", dando por hecho que Matusalén era muy viejo, pero realmente casi nadie de nosotros sabemos qué edad tenía Matusalén para que sea considerado tan viejo.

Matusalén es uno de los descendientes de Adán que viene reflejado en el libro del Génesis, en el capítulo 5. Este capítulo es una maraña de nombres y cifras, dando la descendencia entre Adán y Noé, al que también conocemos todos, pero no precisamente por la edad.

Y la familia debió tener unos genes magníficos, porque vayas edades. Adán vivió 930 años, Set, su hijo, 912, Enós, 905, Cainán 910, Mahalaleel, 895, y así hasta el más longevo de todos, Matusalén, hijo de Enoc,  padre de Lamec y abuelo de Noé y que vivió nada menos que 969 años.

Son cifras exageradas, pero tienen trampa. Aunque la tradición dice que antes del diluvio no se envejecía, la explicación más lógica es que los años contados en ese texto son años lunares, con los que los judíos realizaban la contabilidad durante los primeros años del antiguo testamento. Esos años son 13,5 veces menores que los años como ahora los conocemos, tantas como lunas llenas hay en un año.  

Así, Matusalén vivió la nada desdeñable cantidad de 969/13,5 = 72 años, que no está nada mal para la época.

¿Y como vivió Matusalén? Nada se sabe, aunque sí hay un cuadre curioso que nos lleva a que no murió de muerte natural, sino que pudo morir ahogado. Según el Génesis, Matusalén tuvo a Lamec con 182 años y Lamec tuvo a Noé cuando Matusalén tenía 369 años. Bien hasta ahí. Sólo que poco después narra que el diluvio se produjo justo cuando Noé tenía 600 años, lo cual coincide con la edad de la muerte de Matusalén, así que seguro que murió el año del diluvio. ¿Ahogado? nunca se sabrá, pero las cifras cuadran.

Así que cuando escuchéis que alguien tiene más años que Matusalén, pensad que igual hasta puede ser verdad, porque todas las edades oficiales tenían trampa... aunque si fueran ciertas, serían inalcanzables, incluso para mi abuela.

martes, 9 de abril de 2013

Demasiado humilde para ser Nobel.

En los últimos cuatro años me han preguntado cientos de veces por qué se llama Santiago mi hijo. Nadie de mi familia ni de la de mi mujer se llama así. Sin embargo, decidimos ese nombre, porque sea un nombre bonito. Nos gustó. No era común, pero no era raro. Y era español. De pura cepa.

Después, ese nombre ha ido cuadrando en diferentes sitios, y diferentes aspectos, que casualidad o no, han ido dando sentido a ese nombre.

Descubrimos que Santiago era el patrón del pueblo donde nació mi hijo, cosa que no supe hasta que me tocó inscribirlo en el registro. Y me topé con un Santiago que se convirtió en una de las personas de la historia que más admiro. El primer verdadero genio español. Don Santiago Ramón y Cajal. Si tuviera que elegir alguien que haga referencia ese nombre, sería, sin duda, a él.

Ramón y Cajal nació en un enclave navarro en Aragón a mediados del siglo XIX. En aquella época, Petilla de Aragón (que así se llamaba) tenía más o menos 500 habitantes. Nació en una familia humilde, de padre cirujano barbero de pueblo y obligado a viajar siguiendo los cambios de destino de su padre.

No fue demasiado buen estudiante, porque tenía demasiadas neuronas para la época, pero consiguió sacar adelante con esfuerzo sus estudios, hasta que en 1870 llegó a Zaragoza, donde se licenció en Medicina, en tres años, lo habitual de la época. Ya era, por tanto, un joven médico hijo de médico. Nada excepcional.

Pasó por la guerra en Cuba donde aprendió no sólo a combatir la enfermedad, sino a enfrentarse a la burocracia, pues la gestión administrativa era lamentable. Pero como buen aragonés, se buscó las vueltas hasta conseguir lo que deseaba. Consiguió aprender a luchar contra la burocracia, algo que sería muy importante tiempo después.

Y después volvió a Zaragoza, donde se recuperó y se doctoró en 1877, comprándose él mismo un pequeño microscopio, que le acompañaría después. Ya tenía decidido su futuro. Sería investigador y se dedicaría a la docencia. Intentó conseguir varias cátedras, hasta que consiguió en 1883 la Cátedra de Anatomía descriptiva de la Facultad de Medicina de Valencia. Allí pudo dedicarse lo que quería, hasta que, en 1888 pudo descubrir, gracias a su habilidad con las navajas que heredó de su padre y a cientos de cerebros de pollo, las neuronas. Algo que hoy es tan cotidiano fue descubierto por un español, por un Santiago y con un pequeño microscopio. Los medios propios de la investigación en España que aún hoy podemos ver. Pero el genio a veces sale. Y en este caso salió.

Y volvió a vencer la burocracia. En 1889 llevó su descubrimiento a un congreso a Berlín y allí fue aceptado mundialmente aceptado. En particular gracias a Heinrich Gottfried, un reputado médico alemán de la época que hizo dos gestos propios de un caballero. 

El primero fue que Santiago Ramón y Cajal consiguió que el Gottfried mirara por un microscopio que había preparado para contarle lo que había descubierto. Gottfried miró y escuchó atentamente y al acabar dijo: "Usted ha hecho un descubrimiento maravilloso, pero yo también he hecho otro: mi descubrimiento es usted". Desde entonces fueron colegas. Tras esto, el segundo gesto, aprendió español para poder debatir con Ramón y Cajal. Bien merecía el esfuerzo debatir con un genio.

Con el reconocimiento en Alemania, Santiago consiguió la cátedra de Madrid y se creó un Laboratorio de Investigaciones Biológicas en 1902, que dirigió hasta 1922, donde pasó al Instituto Cajal hasta su muerte en 1934.

En el año 1906, Santiago Ramón y Cajal recibió el Premio Nobel de Medicina, por sus investigaciones en el campo de la neurología. Recibió un telegrama a altas horas de la madrugada comunicándoselo y él, cuando lo leyó dijo: "esto es otra broma de los estudiantes" y siguió durmiendo. Al día siguiente era portada en todos los periódicos.

Pero ¿cómo podía ser Nobel un humilde médico rural? No era un médico rural. Era un genio. El primer genio científico español, al que no deberíamos olvidar nunca.