martes, 23 de abril de 2013

Una mecha de espaldas al pueblo.

Según un dicho popular que el hombre que olvida su historia está obligada a repetirla.

El otro día camino de Sevilla, con mi programa favorito en la radio escuché un capítulo sobre una de las fases de la historia que más me fascina: la etapa de la ilustración y pensé, esto se merece una entrada.

En España, la Ilustración llegó a través de Carlos III. Llegó a reinar un poco de rebote, después de que Luis I (ver entrada "El Rey Efímero") y Fernando VI, sus hermanos murieron sin descendencia. Entonces, él, con ya 43 años, y después de toda una vida en Italia, llegó el trono.

Llegó a un país que no paraba de mirarse al ombligo. Riquezas pasadas venidas de América se vivían en los recuerdos de la gente, unas colonias de ultramar cada vez más alejadas de España. Y llegó a una ciudad completamente insalubre en aquella época como Madrid y con unas finanzas completamente arruinadas.

Y llegó siguiendo implantando la tendencia que se imponía en aquella época en Europa. En esa época, una clase jerárquicamente inalcanzable (entonces, la aristocracia) gobernaba bajo el auspicio de un Rey absolutista que se dedicaba a legislar a su antojo para el beneficio del Estado, pero sin ver que efectos tenía eso en la población. Había nobles que apoyaban a unos candidatos a reyes o a otros, pero una vez designado el rey, todos eran de la misma clase social y por tanto, eran respetados.

Se pensaba que el Estado tenía servicios indiscutibles (entre ellos las guerras de ultramar) y para mantenerlos ello se tomaban todas las medidas y reformas necesarias.

En España, Carlos III cuando llegó, decidió nombrar como gobernante principal a Leopoldo de Gregorio. Probablemente a nadie le suene este hombre, pero si suena como se le conoce en España, el Marqués de Esquilache. 

Esquilache fue un reformista. No tiene un gran recuerdo en España, pero realmente, de forma objetiva no fue mal gestor: quitó privilegios a la Iglesia (les obligó a pagar un impuesto por los bienes en desuso, por ejemplo), saneó Madrid y, por ejemplo, estableció el sistema de Aduanas que hoy conocemos, pero se equivocó en la forma. Hay veces que la forma es tan importante como el fondo, y Esquilache es un gran ejemplo de ello.

Para todas las reformas necesitaba dinero y como siempre, al final lo pagaba el pueblo. Esto también era tendencia en Europa en aquella época. Y eso fue creando malestar.

Y fue un detalle lo que hizo que la población saltara: el pueblo se levantó en armas cuando se prohibió llevar capa larga y sombrero de ala ancha. En principio para evitar que la gente portara armar sin ser vistos y poder limitar la delincuencia. Pero eso, simplemente, fue la gota. Y la gente se levantó. Carlos III fue lo suficientemente listo como para parar el golpe, rectificar, cesarlo y poder gestionar de formas más cortés con el pueblo a partir de entonces y eso fue lo que hizo que la cosa no pasara a mayores. En otros países  esta forma de gobernar llegó terminó mucho peor.

Estados Unidos obtuvo su independencia en esa época tras una guerra, provocada por no dejar descargar un barco de té por culpa de un impuesto, Francia se levantó en la Revolución por el cese de un ministro, Rusia tuvo el levantamiento cosaco de Pugachov y Portugal falló en su intento en 1759.

Siempre es bueno no olvidar que en los momentos tensos, cualquier chispa hace prender la mecha y puede tener un consecuencia inesperada, e, incluso, desmesurada. En fin... esperemos que ésto sólo sea Historia.

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