domingo, 31 de enero de 2016

Un estrecho muy remoto

Ayer tuve la fortuna de visitar la Nao Victoria en el Puerto de Algeciras. Todo un privilegio ver la réplica del barco que primero circunnavegó el globo. Una aventura de héroes de la que ya escribí una entrada ("De secundario a leyenda").

Pero ayer, viendo este barco, recordé otra historia relacionada con esa época de aventuras épicas, de la que quedó un nombre geográfico muy cercano para mí: El Estrecho de Torres.

Pocos conocen a este lado del mundo dónde está este estrecho ni qué significó en su momento, así que lo primero es ubicarlo: es el estrecho que separa Papúa Nueva Guinea del norte de Australia.

Tiene una longitud de 150 Km de punta a punta, pero sin embargo, es todo un embudo, dado que es un estrecho muy poco profundo (entre 7 y 15 metros únicamente) y está plagado de islas (hay aproximadamente 250 islas en este estrecho, de las que 17 están habitadas permanentemente), que forman parte reconocida de Australia y sus habitantes (unos 10.000) son reconocidos aborígenes por el Gobierno Australiano.

Este difícil punto de navegación fue descubierto por uno de los aventureros españoles de la época en la que los españoles conocían como nadie el mundo: Luis Váez de Torres. Es un personaje altamente misterioso, del que no se conoce el nacimiento, ni el lugar del mismo, ni nada hasta que, en 1605 aparece en los registros del Nuevo Mundo como comandante de la segunda nave de una expedición al Pacífico, la expedición de Pedro Fernández de Quirós.

España estaba empeñada en conocer bien el Pacífico, desde que en 1521, Fernando de Magallanes descubriera las Filipinas. En 1605, ya estaban descubiertas las islas Filipinas, las Islas Salomón y las Islas Marianas y la teoría en esa época es que debía existir un gran contienente al sur del Pacífico, llamado como Tierra Australis, que "balanceaba" el peso de la tierra para evitar que la misma volcara.

Con esa idea parte de Perú la expedición de Pedro Fernández de Quirós en diciembre de 1605. 5 meses después avistan tierra, Vanuatu (en mitad del Océano Pacífico). Poco después, hubo un incidente nada claro en la expedición y Fernandez de Quirós decidió volver con su barco a Acapulco (México), dejando allí el resto de la expedición. 

Tras ese abandono, se abrieron las órdenes cerradas existentes y marcharon rumbo a Manila, en las Filipinas. Sin embargo, el mal tiempo desvió las naves hacia Papúa Nueva Guinea (que era conocida, pero no se sabía qué era) e incluso más al sur, atravesando el Estrecho que desde entonces lleva su nombre. Paró muchas veces, tomó posesión de islas, tuvo mucha relación con los habitantes de las islas del estrecho e incluso se llevó a indígenas con él. Con seguridad conoció que existía una vasta tierra más al sur, a la que llamaron "Austrialia", haciendo una mezcla entre la Tierra Australis y la casa de Austrias.

Torres aportó mucha documentación al respecto, cartas de navegación, mapas, escritos, que aún hoy se conservan en el Archivo de Indias. Incluso existe una carta en la que Torres instaba al Rey Felipe III a cristianizar "Austrialia".

Toda esta documentación quedó en secreto, de forma que nadie en el mundo conocía esta información salvo España. España utilizaba estas islas para comerciar, si bien, nunca las colonizó, pues estaban en secreto. Sin embargo, más de 150 años después, en un episodio de la Guerra de los 7 años, Inglaterra saqueó La Habana, tomando mucha documentación como botín y entre ellos los relatos de Torres sobre la existencia de estas tierras. El saqueo fue en 1762, y casi inmediatamente, Inglaterra se puso a trabajar: en 1770, James Cook llegó a las tierras ya descubiertas por Torres y las tomó para la corona británica, con el ligero matiz de que desapareció una "i" en el nombre: Australia.

La verdad es que esto me lleva a pensar: ¿cuantos secretos de estados están ahí esperando a ser descubiertos? Algún día los sabremos... o no.

En cualquier caso, la expedición de Torres es una muestra de toda una época: viajes increíbles, en barcos en los que casi no se podía estar y en los que los marineros se pegaban meses estando en remojo. Era una época de intrépidos y de gente que se jugaban la vida (literalmente) para buscarse un futuro. Pero eran gente meticulosa, que lo documentaban todo y que dejaron constancia de su paso. Aunque, en algunas circunstancias, estaba tan remoto lo descubierto, que, simplemente, quedaron en los papeles.

domingo, 24 de enero de 2016

Algo más que un simple matemático

Hay ciertos personajes en la Historia, que quedan en el recuerdo por algo que descubrió, aunque realmente trajeron consigo muchas cosas, tanto, que a veces, cambiaron toda una cultura.

Escribiendo la entrada anterior, me topé con la inclusión de la numeración arábiga en Europa. Se produjo gracias al Papa Silvestre II en los finales del milenio pasado, pero también fue determinante para ello un señor llamado Leonardo de Pisa, en un libro, "Liber abaci", escrito en el año 1202.

¿Y quien es Leonardo de Pisa? Quizás así nadie lo conozca, pero su apodo, Fibonacci, es mucho más popular.

Nuestro personaje nació en Pisa sobre 1170. Hijo de un comerciante italiano tuvo que viajar a ayudarlo en su puesto de comercio en Bujía (Argelia), donde aprendió la numeración arábiga y se dio cuenta que eran fundamentales para el desarrollo de la civilización. Viajó por el mediterráneo, especialmente por los países árabes aprendiendo más sobre esta numeración y regresó a su ciudad sobre 1200, publicando su libro más famoso unos años después.

Ese libro no era un libro sólo para eruditos. Era un libro para mejorar la contabilidad, el cálculo de intereses, el cambio de la moneda. Contabilidad práctica. Conceptos que seguimos utilizando hoy en día casi sin variación. Ese libro se extendió en su época y cambió la forma de contabilidad, lo que generó que Italia se convirtiera en el centro del comercio al final de la Edad Media. Marco Polo nacería a penas 50 años después y también una incipiente banca, que derivó, a penas un siglo después en la banca Medici y en otros bancos italianos de Venecia, Florencia, etc. Era el fin de la Edad Media, refrendada con la caída de Constantinopla en 1453 y la posterior la llegada a Italia de sabios cristianos de oriente.

Fibonacci hizo un tratado práctico del cálculo que influyó definitivamente en la historia, pero curiosamente, su nombre no se conoce por ello, sino por una serie, llamada como él pero que curiosamente no descubrió. La serie de Fibonacci es una sucesión en la que cada número viene dado por la suma de los dos anteriores: 1,1,2,3,5,8,13,... Fue descubierta en la India sobre el año 200 de nuestra era. Fibonacci la aprendió en sus viajes y la describió en su libro. Así que el fue el que la popularizó en Europa, simplemente.

Parece poco importante, pero esta serie describe muchos de los problemas habituales en la prácticas: evolución de las parejas en una población, la disposición de las hojas en los tallos, y en general el crecimiento sistemático en la naturaleza. También ha sido utilizada en relación con la disposición en el espacio de los planetas y en música con acordes singulares. Además, el cociente de dos números correlativos tiende al número áureo, número reproducido en las proporciones de crecimientos en la naturaleza.

Pero la aportación de Fibonacci a la matemática no sólo quedó en eso aportando en otros 4 libros soluciones a problemas de geometría, álgebra y cálculo. Fibonacci llevaba una ventaja competitiva a sus coetáneos. Sabía cómo numerar y eso fue fundamental.

Se convirtió en todo un personaje en los círculos intelectuales de la época y eso no quedó en saco roto. En 1240 fue honrado con una paga vitalicia por la República de Pisa. Ya no era un simple matemático porque había conseguido cambiar, desde su conocimiento, la economía de una ciudad y puso la primera piedra para un cambio en la Historia con mayúsculas.

domingo, 17 de enero de 2016

La importancia de la terminología

Una de las cosas que más trabajo me costó entender durante mis estudios son la numeración en base no decimal. Eso de ver las letras mezclados con los números siempre me resultó chocante, al menos al principio, pero la verdad, después me di cuenta que no sólo eran útiles. Eran necesarias. 

Pero vayamos desde el principio. Los romanos no utilizaban base en la numeración, pues no usaban la numeración posicional, sino acumulativa. "XVI" era 10 + 5 + 1=16. La posición no aportaba valor, sino que se iban sumando los valores de las letras. Los romanos, por cierto, no conocían el 0, motivo por el cual, hoy en día, produce una paradoja, la paradoja que los siglos comienzan en los años acabados en "1", no los años en los que se cambian los primeros dígitos. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Pues que la numeración de los años la realizó un monje sirio Dionisio el Exiguo que, como lo numeró en números romanos, llamó el primer año de su cuenta como año I, saltándose el año 0, que hubiera sido lo lógico. Como digo, ese desfase sigue hasta nuestros días.

Pero hablamos de bases. La numeración arábiga se incorporó en Europa a través de Al-Andalus al final del primer milenio, aunque empezó a utilizarse a finales del siglo VII en Oriente Medio. Fue un papa, Silvestre II el que lo difundió en Europa y su aceptación por facilidad de cálculo hizo que se extendieran rápidamente.

Básicamente se basa en que cada posición de la cifra representa un valor diferente en base 10 (que se eligió por el número de dedos que tenemos), de forma que los números a la izquierda valen un 1 con tantos ceros como su posición hacia la izquierda esté. Matemáticamente, 10 elevado a la posición. La posición más a la derecha sería 10 elevado a 0 (1), la siguiente, 10 elevado a 1 (10), la siguiente 10 elevado a 2 (100), y así sucesivamente.

Tanto se extendió que hoy todo el mundo entiende que 345 son "trescientos (300) cuarenta (40) y cinco (5)". Es más, a los niños de hoy en día es incluso más difícil explicar otro método de numeración.

Este método, muy eficaz en las operaciones matemáticas complejas, se reveló inútil cuando en el mundo apareció la informática. La informática se basa en un concepto de "Si o No" (ver entrada "Unas veces 1, otras veces 0"). En un mundo de 2 valores, la numeración decimal no es práctica, así que se inventó la numeración binaria (con sólo 0 y 1), en la que el concepto es similar a tradicional, pero se utiliza el 2 en lugar del 10. Después se adaptó la Hexadecimal, que es una variación de la binaria que utiliza la base 16, hacían falta más símbolos y para ello se utilizaron las letras de la A a la F, de forma que pueden verse combinaciones tal que así 4F5AC25. Estas mezclas de números y letras han terminado siendo habituales en ciertos sitios, como por ejemplo, en las claves wifi de los aparatos que tenemos en casa. Pero nos hemos acostumbrado y aunque no lo entendamos como un número (que en realidad es lo que representa), las hemos aceptado, sin más.

Pero... ¿existe alguna cultura que haya hecho algo diferente? ¿Algo extremadamente raro? Pues sí que la hay. Y es la demostración que el conocimiento tiene una componente meramente práctica. Esa cultura son los mayas.

Los mayas eran excelentes astrónomos, pero pésimos ingenieros. No es que fueran incultos, es que, simplemente, no lo necesitaban. Eran capaces de predecir el calendario de una forma extremadamente exacta, pero no usaban la rueda. Eran capaces de saber la posición de los astros casi milimétricamente, pero no conocían el arco (las puertas de sus edificios se hacen cerrándose poco a poco como en un triángulo). No deja de ser extraño que un conocimiento tan avanzado en astronomía llevara parejo un conocimiento tan primario en otros campos.

Aunque el tema de la rueda no se usaba porque en la selva un carro no tiene utilidad, en realidad el bajo desarrollo de la ingeniería viene dado, también por un problema en la notación matemática que usaban. Los mayas utilizaban un sistema en base 20, de forma que tenían 20 símbolos, los cuales se escribían de forma acumulativa: una concha era cero, un punto era 1; dos puntos, un 2; una raya, 5; una raya y un punto 6; dos rayas, 10, dos rayas y tres puntos, 13 y así hasta 19. Para hacer el 20, ya se usaba el sistema posicional, de forma que era un punto en primer lugar y un cero en el segundo. Por lo tanto, los símbolos se ponían en posiciones de forma que la cifra más a la izquierda simbolizaba 20 unidades, como la nuestra, pero con 20 en lugar de con 10. Hasta ahí es algo más o menos normal. ¿Y dónde estaba el problema?, pues que los mayas eran astrónomos y su objetivo no era contar unidades, sino días, años, así que modificaron la segunda posición de los números, de forma que no valía 20 elevado a 2 (400), sino 20 x 18 (360), que les cuadraban con los días con los que numeraban los años. Es por lo tanto un sistema anómalo para cualquier cálculo... salvo el astronómico y era prácticamente imposible hacer operaciones matemáticas, dado que utilizaban dos bases diferentes mezcladas, 20 para las dos primeras posiciones y 18 para el resto. Su propia fascinación por la astronomía creó un sistema que detuvo el avance matemático, su ingeniería y probablemente, su desarrollo.

Quizás ha parecido que es una entrada complicada. Sin embargo, esta entrada es en realidad una alegoría. A veces se dice que lo importante no son las formas, sino el fondo. Pero no estoy de acuerdo. A veces la terminología que se utilice es muy importante, hasta, incluso, llevarte a no ser capaz de evolucionar.

sábado, 9 de enero de 2016

El ingenio que cambió el destino de un estado

Después de mucho tiempo, he decidido retomar el blog, espero que le pueda dar la continuidad que tuvo. Ganas no me faltan, lo aseguro.

He pensado bastante que tema utilizar para retomar el blog. Había muchas opciones: historias, vocabulario, efemerides,... pero he decidido retomarlo con una de mis historias favoritas. La historia de un niño de marginal que con ingenio, formación y apoyo fue capaz de cambiar el destino de todo un estado.

Ese niño es, incluso hoy en día, poco conocido. Su nombre es Joseph von Fraunhofer. Joseph nació en una ciudad cercana a Munich, llamada Straubing en 1787. Quedó huérfano a los 11 años y para poder sobrevivir le tocó trabajar en un taller de cristalero, llamado Weichelsberger. No lo trataba demasiado bien, no le pagaba y no le dejaba ir a la escuela dominical, único lugar donde podría aprender algo diferente a su oficio. Su vida no parecía muy halagüeña, pero como otras tantas veces, una desgracia hizo cambiar totalmente su vida: en 1801 un accidente tumbó el taller donde trabajaba y fue rescatado por el mismísimo príncipe de Baviera, Maximiliano IV.

Éste, apenado del chaval, dado que el cristalero falleció en el accidente le dio 18 ducados para que sobreviviera. Fraunhofer no se dedicó a gastarse el dinero, sino que se compró una máquina propia de corte de vidrio y se dedicó a aprender. El propio consejero del príncipe Joseph von Utzschneider cuidó del chaval durante los años siguiente, mientras aprendía su oficio. En 1806, 5 años después del accidente, una vez acabada la formación como óptico, ingresó en la Facultad de Matemáticas y el Instituto de la Mecánica, que se había creado en 1802 para desarrollar los ingenios de los inventores de la zona.

Desde 1807 fue desarrollando ingenios en el campo de la óptica: nuevas máquinas de molienda de vidrio y conseguir crear lentes mejoradas, punteras a nivel mundial. Incluso inventó una forma de montar las lentes que permitían corregir grandes defectos de la vista, colocandolas con un espacio de aire entre ellas. Consiguió la estabilidad y unos conocimientos que pudo aplicar a otros campos, en concreto uno que ese momento estaba en el candelero: la astronomía.

En 1814, la óptica y los cristales alcanzó tal importancia que la parte de óptica se independizó del resto del Instituto, creándose el Instituto de la óptica. Ese mismo año Fraunhofer detectó, como Wollaston unos años antes, que la luz del Sol no se descomponía únicamente en 7 colores, sino que aparecían también unas líneas negras, su espectro, creando la astrofísica, hoy en día imprescindible en el conocimiento del Universo.

Sin embargo, no se quedó ahí. Siguió avazando y estudiando lo que le llevo a ser también pionero para las telecomunicaciones, pues, entendió, gracias a la matemática y las peculiaridades de la misma que la luz podría transportarse indefinidamente. Demostró que la difracción en algunos cristales puede ser casi del 100%, en función del ángulo de incidencia del rayo.

Incluso, sus conocimientos le permitieron construir en 1824 el mayor telescopio del mundo. Una réplica de este, construida en 1829 instalada en Berlín, permitió el descubrimiento de Neptuno en 1846.

Fue ampliamente reconocido aunque su origen humilde y sin formación retrasó su entrada en la Academia de Munich, que terminó aceptándolo en 1821 y de pleno derecho, siendo profesor de física, en 1823.

Murió en 1826 de tuberculosis, a una edad temprana. Sólo 39 años. Sin embargo, había conseguido que la región se convirtiera para siempre en una referencia de la óptica, sustituyendo a Inglaterra. Fraunhofer apostó por el desarrollo de la tecnología desde el conocimiento y este desarrollo tecnológico desembocó, casi 100 años después en que Baviera fuese el centro tecnológico del país y donde se crearon las primeras y fundamentales fábricas de un nuevo producto: el automóvil. Audi, BMW, nos suenan a todos. Y sí convirtió a ese estado en el principal motor económico alemán y hoy en día, de Europa.

Lo que lleva a pensar que invertir en formación no es nunca mala inversión, aunque los frutos se recojan, a veces, unos cientos de años después.