miércoles, 22 de mayo de 2013

Un reino fantástico que acabó siendo realidad

La historia de hoy empieza como una leyenda de la edad media. En aquella época, la época de la baja edad media, el imperio romano había caído, a manos de los visigodos sobre el año 300 y Europa había saltado en mil trocitos, creándose diferentes lenguas y con un único lazo común: toda Europa era cristiana. 

Miles de pequeñas instituciones eclesiásticas dominaban el terreno, con una minúscula población a la que daban protección a cambio de impuestos (los famosos diezmos) y un poder local repartido entre la religión y la sociedad civil, manejada por los nobles de aquella época.

Era un caldo de cultivo magnífico para leyendas y temores, porque la incultura se hizo dominadora de la sociedad y cualquier historia era aceptada. Leyendas de Santos Griales, de Justas, de Trofeos y de Reinos Fantásticos circulaban por todos los lugares. 

Especialmente cuando existía un enemigo común que venía del sur y que había acabado con todos los vestigios en África del imperio romano. Los árabes, en todas sus vertientes se expandían como un enemigo infiel al que combatir. Un enemigo irreconciliable.

Entre esas leyendas se encontraba la de un pequeño reino cristiano que permanecía a flote en mitad de todo un mundo árabe y pagano en oriente. Un lugar lleno de riquezas y grandes tesoros, y que era dirigido por un virtuoso llamado Juan, que era descendiente, nada menos que de los Reyes Magos. Un lugar perdido en ningún sitio. Era el Reino del Preste Juan.

Sin embargo, cuando comenzó a haber luz en la Edad Media, allá por el año 1200, algunos reyes comenzaron a salir del letargo y a buscar retos en otros lugares. Primero con los viajes de exploradores medievales y después con la llegada de sabios provenientes de Constantinopla, Europa vio que podía alcanzar nuevos horizontes y éstos se concretaron allá por 1492, cuando un tal Cristóbal Colón llegó a un nuevo continente creando un nueva nueva era.

Imperaba la curiosidad y España se volcó a América, pero nuestro vecino Portugal, buscó su destino por el otro camino hacia Oriente. Bartolomé Dias ya había circundado África  en 1488 y poco después, en 1490 Pedro de Covilham llegó al cuerno de África. Era el primer contacto de un europeo en esa zona después de casi 1000 años de dominio pagano y musulmán. 

Poneros en situación, un navegante portugués, en ruta con las cáscaras de nuez con las que hacían los milagros de la navegación de la época, llega a un reino situado a casi un año de navegación de su hogar, en plenas fauces de territorio enemigo musulmán. Desembarca y se encuentra... con ¡Iglesias y cruces!. Pedro de Covilham, dentro de un asombro total, había llegado al reino cristiano de Etiopía y por supuesto informó que había alcanzado al Reino del Preste Juan. Había conseguido circunnavegar África para llegar al reino aislado de la leyenda. La leyenda era cierta, aunque como siempre, a medias. Por supuesto no existían las maravillas que se contaban, pero sí que había cosas dignas de mencionar: las iglesias, milenarias, están cavadas en la roca y existían animales extraños, pero poco más.

Allí reinaba un personaje llamado Negus (rey de reyes) y rápidamente entablaron relaciones. Etiopía estaba rodeada por musulmanes y sufría contínuos ataques y varias veces en torno al 1500 solicitaron ayuda a Portugal, que respondió convenientemente y ayudaron a que el reino cristiano de Etiopía sobreviviera.

Y vaya si sobrevivió. Etiopía fue el único país de África que no fue colonizado por europeos en el siglo XX y su último emperador, el último Negus fue derrocado en 1975, llegando a ser entrevistado por Miguel de la Quadra. En aquel momento entró otro régimen de gobierno más acorde con estos tiempos, pero, aún en nuestros días, Etiopía es mayoritariamente cristiana, con iglesias excavadas en la tierra y con una historia detrás de leyenda que finalmente, como por arte del destino, se hizo realidad.

domingo, 12 de mayo de 2013

Los efectos de la historia. Puertos sin agua.

Una de las cosas que siempre me llamaron la atención es el hecho de la erosión y de los cambios que la orografía sufre a lo largo de los años. Es un proceso lento y que no se ve, y que te lleva a que a veces en montañas haya un cartel que te diga que eso era el fondo del océano y que allí vivían peces.

Eso me pasó hace muy poco en Antequera, en la edición de la reunión anual de los compañeros de clase y mi hijo, el pobre, no lo entendía.

Pero este proceso no siempre es tan lento y a veces se produce de forma alarmantemente rápida. Tanto que en la propia historia hay casos que se encuentran. Las excavaciones en cualquier ciudad del sur de España siempre dan ruinas de otros tiempos y se dice que Jericó tiene hasta 9 niveles de estratos de ciudad. Siempre me he preguntado que si este sedimento se pone en un sitio significativo, debería hacerse notar. Y así es. Y como muestra, un botón.

Un ejemplo que me gusta mucho, por lo significativo que es el caso de la ciudad de Tarso. Tarso es una ciudad actual de Turquía y que es famosa, principalmente por ser el lugar de origen de San Pablo, el que consiguió que el cristianismo se abriera al mundo romano.

Esa ciudad, en la época romana era una encrucijada de caminos que permitía el intercambio de las rutas comerciales de Siria y Armenia y era uno de los puertos principales del mundo romano. Era la capital de la provincia romana de Cilicia y un punto de negocio muy importante en aquella época.

Se han encontrado ruinas de su puerto y de sus rutas, y están bastante documentadas históricamente con diferentes textos. Hasta ahí bien, sólo que ahora mismo, Tarso se encuentra a... ¡¡15 Kilómetros de la costa!!

Sí, efectivamente, por Tarso pasaba un río, llamado Cidno que formaba una laguna con salida al mar que permitía la entrada de barcos hasta la misma ciudad. Este río fue depositando sedimentos en la laguna, hasta que ésta desapareció en los primeros años de la edad media. Ya en el siglo XIII, Tarso estaba en el interior, tal como ahora y su puerto se convirtió en un puerto fantasma.

Hoy en la ciudad de Tarso están las ruinas de su antiguo puerto y existe una plaza pública que recuerda ese lugar, con un barco en homenaje a lo que era en otra época.

Hay otros muchos lugares que le ha pasado algo parecido, pero a tan corto plazo han sido, casi todos, por la mano del hombre. La construcción de presas o de diques han hecho que la orografía cambiara, aunque es inevitable que a veces la naturaleza también sea capaz de hacerlo por si misma y dejar imágenes de ruinas de puertos romanos... 15 kilómetros tierra adentro.

Así que pensad, cada vez que caminéis por una ciudad con historia, que ésta se encuentra debajo, sedimentada en metros de restos e, incluso, con suerte, puede haber puertos donde menos te lo esperes...