martes, 1 de octubre de 2013

Un invento casual hoy imprescindible.

Hoy en día hay algunas cosas de uso cotidiano, muy común, y algunas de ellas, que parecen que han estado toda la vida con nosotros, realmente tuvieron un inicio, un inventor, un punto de partida, una casualidad.

Pero, como comenté en la entrada dedicada a la penicilina, lo importante es saber que el hecho casual que se produce no es tan casual, sino que pasa por algo y hay que ser capaz de averiguar qué lo produce, analizarlo y reproducirlo para beneficio general.

Algo así le paso en 1790 a un físico italiano llamado Luigi Galvani. Realmente no era físico, era más bien naturalista, cosa que en la época podría asimilarse a veterinario. Analizaba animales, pero vio algo que le llamó la atención mientras analizaba ranas.

Las ranas, diseccionadas y colgadas en ganchos para su análisis, esperaban su estudio. Galvani utilizaba un bisturí de hierro para ello, pero colgaba las ranas en ganchos de bronce. Un día, el bisturí, cargado de electricidad estática tocó por error el gancho y saltó un chispazo. Un chispazo que a todos nos pasa cuando nos cargamos de electricidad estática. Pero ese chispazo hizo moverse una pata de rana. Y Galvani, analista por encima de todo, lo vió.

Lo analizó todo lo que pudo, pero él era naturalista, no físico y solicitó ayuda a sus colegas para que replicaran el experimento. Su condición y su visión sesgada identificó a esa descarga y a ese movimiento como el aliento vital del músculo del animal. Era la misma vida que permitía retomar la vida de los músculos y la llamó electricidad animal.

Humilde, pidió ayuda y hubo un colega, Alessandro Volta que rápidamente cogió el testigo. Reprodujo el experimento y vió lo que había pasado... la electricidad no dependía de los músculos animales, sino de la diferente composición de los metales. Consiguió demostrar que la electricidad podía producirse si se juntaban discos de diferentes metales (cobre o plata y zinc, separados por discos mojados, para mejorar la conducción), y así creó una pila como hoy la conocemos, más o menos.

Un dato curioso más. Aunque parezca mentira, en Babilona ya existió una pila casi 2000 años antes que Volta. Eran una vasijas con un cilindro de cobre con una vara de hierro. A simple vista no parecía nada, pero si se llenaban con algo cotidiano de la época y alcalino, como el vino, ya está la pila de Volta. Simplicidad perdida en el tiempo.

Volta fue capaz de analizar y entender y pudo, además de ser capaz de reproducir el invento, demostrar que la electricidad no dependía de los músculos animales y que por lo tanto, la electricidad no era la fuerza vital de los seres vivos. Afortunadamente los trabajos de Volta no se publicaron hasta 1816 y eso hizo que, justo un año antes, una tal Mary Shelley se inventara la historia de un Frankenstein, en una noche que se merece una entrada en sí misma.

El invento de Volta, que se reprodujo en la Royal Society, le granjeó admiración internacional, hasta el punto que Napoleón le nombró Conde y le dio la medalla al mérito científico. Ya era todo un personaje y su nombre llega hasta hoy en forma de Voltios. Había perdurado en el tiempo y había conseguido un invento genial, un invento sin que hoy en día, no podríamos entender el mundo que nos rodea.

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