domingo, 5 de junio de 2016

Una maravilla perdida

Un amigo del equipo de baloncesto me puso sobre la pista de esta nueva entrada. Un lugar maravilloso, y, aunque conocido, ha quedado alejado del mundo y hoy en día, lo que no está en el camino, no existe, aunque sea digno de ver.

Hago referencia en este artículo a un pueblo de la provincia de Toledo, muy conocido en cuanto a nombre, pero que pocos de los lectores sabrán colocar en el mapa. Se trata de Orgaz. Por supuesto es muy conocido gracias al lienzo de El Greco, que se encuentra en la Iglesia de Santo Tomé, en Toledo y que, como todo el mundo sabe se llama "El entierro del Conde de Orgaz".

El famoso Conde de Orgaz ni era conde ni era de Orgaz, pero como el cuadro tiene su historia, la contaré. Don Gonzalo Ruiz de Toledo, nació en Toledo a mediados del siglo XIII. Era señor de Orgaz señorío creado en 1220, aunque aún no era condado. Vivió en Toledo y tuvo una vida bastante respetable. Gozó de buena posición en influencia y era querido en esa ciudad. Don Gonzalo era muy devoto de Santo Tomás y pidió ser enterrado en un lugar no preferencial dentro de esa iglesia. Y así se produjo cuando murió en 1323. En su testamento, dejó escrito que la villa de Orgaz debía donar cada año a esta Iglesia 2 carneros, 8 pares de gallinas, 2 pellejos de vino, 2 cargas de leña y 800 maravedíes. Ahí quedó.

Pero la historia es testaruda y en 1564, casi 250 años después un párroco de la Iglesia detectó este testamento y solicitó a la villa de Orgaz (que ya era condado, desde 1529) que cumpliera la voluntad. Se habían impagado muchísimos años y, evidentemente, el tema fue a juicio, que fue resuelto cinco años después por la Real Chancillería de Valladolid, condenando a Orgaz al pago, que así se produjo (es increíble, pero la sentencia es accesible en el registro de archivos históricos de España). El párroco quiso perpetuar a D. Gonzalo y contrató a un pintor local, que vivía cerca y era parroquiano a que representara su entierro. No podía sospechar que después sería mundialmente conocido como uno de los mejores pintores de la historia. Firmaron el acuerdo en 1586 y el cuadro se entregó en 1587. El Greco pidió 1.200 ducados, pero el párroco, bastante rácano y amigo de los pleitos intentó negociarlo. Le salió mal la jugada y finalmente El Greco recibió el precio solicitado en 1590, quedando para la posteridad el famoso "Entierro del Conde de Orgaz" en la Iglesia de Santo Tomé.

Sin embargo, esta obra es muy conocida, así que no es la joya que me refería en el inicio de esta entrada. El caso es que otros 200 años después en 1738 un arzobispo niño de Toledo (El infante D. Luis, hijo del Rey Felipe V y que había sido nombrado arzobispo en funciones de Toledo con sólo 8 años) en uno de sus viajes por la provincia vio una iglesia medio derrumbada en un pueblo ya decadente, Orgaz, y decidió reconstruirla. Realizó una convocatoria, y, oh sorpresa, se presenta a la misma el mayor arquitecto español de la época: Alberto Churriguera. Churriguera, que había contruido la Catedral Nueva de Salamanca, había diseñado y estaba construyendo la Plaza Mayor de Salamanca, decide dejarlo todo y perderse.

Nunca se sabrá qué quería Churriguera yéndose a Orgaz, pero lo que se sabe es que allí se casó y tuvo dos hijos. ¿Quizás fue por amor? No lo parece, pero sin duda es un hecho extraño que decidiera abandonar las mayores obras del estado para llegar a este pequeño pueblo.

Churriguera murió en 1750 sin haber finalizado la Iglesia del todo, aunque fue enterrado allí. Ésta finalizó en 1763.

Hoy en día Orgaz cuenta con menos de 3.000 habitantes y está en la carretera antigua a Toledo. Por allí no pasa casi nadie. Pero mi amigo se perdió y apareció allí hace unos años. Y se topó, sin saberlo, con una increíble catedral en un pueblo minúsculo. Preguntó para visitarla y, lo que pasa en los pueblos: la vecina tenía la llave. La abrió y pudo disfrutar en silencio de una joya, una auténtica maravilla de uno de los mejores arquitectos españoles y que está escondida en Orgaz. Quizás algún día sabremos lo que tenemos y podremos disfrutarlo o quizás estemos demasiado ocupados en otros temas como para salirnos de las autovías.

domingo, 22 de mayo de 2016

La fe en tus cálculos

Ahora estoy estudiando con mi hijo el Sistema Solar y al hacerlo he recordado una historia que es la historia de la fe en lo que uno hace. Esta fe sirvió para, nada menos que ampliar el sistema solar.

Para ello, retrocedamos al año 1781. En ese año, Sir William Herschel anunció el descubrimiento del primer planeta que se detectó con telescopio: Urano (del que ya escribí una entrada: "Rodando por el espacio"). Este anuncio comenzó el análisis de la órbita de Urano, publicándose en 1821 los cálculos de la órbita completa.

En esos cálculos se veían anomalías, no cumplían  parte por que Urano va rodando, pero parte por algún fenómeno que no se explicaba bien, por lo que se dedujo que algo debía estar pasando. ¿Acaso la Ley de Gravitación de Newton era falsa? ¿Acaso existía otro planeta más alejado que influyera en la órbita de Urano? Había mucha incertidumbre en este tema, pero algo pasaba.

En 1845 y 1846, un francés, Urbain Le Verrier, matemático especializado en mecánica celeste estudio el tema y calculo, no sólo que las anomalías de los movimientos de Urano venían por la presencia de otro planeta, sino que predijo su posición. En 1945 publicó varios artículos sobre el tema y fue en verano de 1946 cuando envió al Observatorio de Cambrigde una carta indicándole la predicción. El director del Observatorio de Cambridge lo despacho con algunas preguntas de poca monta, pero Urbain estaba convencido y envió los cálculos al observatorio de Berlín. Los cálculos llegaron el 23 de septiembre de 1946 y esa misma noche, el director del Observatorio Johann Gottfried Galle descubrió Neptuno a menos de 1 grado de donde había predicho Le Verrier. Se había descubierto el primer planeta gracias no a la observación astronómica, sino al conocimiento matemático de las leyes naturales. Un gran paso científico.

Poco después se anunciaba el descubrimiento... y empezó la polémica. Los ingleses reclamaron que poco antes de Le Verrier, un matemático inglés, llamado John Adams realizó cálculos matemáticos que indicaban su posición y envió sus cálculos al mismo observatorio de Cambridge, al que tampoco se le hizo caso. Se inició una de las mayores polémicas científicas de la historia y finalmente, la comunidad internacional decidió dar el mérito a los dos científicos por haber realizado los cálculos. Pero la polémica no se cerró hasta, parece mentira hace sólo 16 años. En 1998 se descubrió el archivo del Observatorio de Cambridge sobre Neptuno. Ahí se descubrió que John Adams había utilizado los cálculos que Le Verrier había publicado en los artículos previos sobre sus cálculos, pero como estaban incompletos, el resultado no era correcto. La previsión de Adams era incorrecta y tenía un desfase de más de 20 grados. Desde finales del siglo pasado, todo el mérito es de Le Verrier.

La designación del nombre, envuelto en el enfrentamiento del descubrimiento, tampoco estuvo exenta de polémica. Hubo muchas propuestas (entre ellas el mismo nombre de Le Verrier), pero finalmente fue el propio matemático descubridor quien decidió su nombre: Neptuno. Fue aceptado a finales de 1846. Una cosa curiosa es que este planeta no se llama igual en todos los países. En la India se llama Varuna (Dios del Mar en la mitología hindú) y en Japón, China y Corea su nombre se traduce como "Estrella del dios del mar", como se diga en cada una de sus lenguas.

Lo que más me gusta de la búsqueda de Neptuno, no es sólo la capacidad que tuvo Le Verrier en realizar los cálculos predictivos, que no deja de ser algo digno de alabanza, sino la fe que tuvo en mantener sus cálculos y buscar quien podría corroborarlos. La fe en su capacidad cambió el universo conocido. ¿No deberíamos hacer lo mismo cada uno a nuestro nivel? Seguro que así, el mundo sería mucho mejor.

sábado, 30 de abril de 2016

El análisis de la espera

Hay personas que son casi desconocidas y que han realizado una contribución al mundo de una forma que prácticamente no se podría entender sin su capacidad. Estos genios humildes, que cambian el mundo en silencio, son mis favoritos. Mis auténticos ídolos.

La persona de la que hablaré hoy, es además, inspirador del campo que a mí, en mi vida personal más me gusta y de la que me gusta decir que es lo único de lo que quizás se algo: las colas.

Este campo, era una entelequia hasta que a primeros del siglo XX un danés, llamado Agner publicó el primer artículo sobre él. Y cambió el mundo. De hecho es el principal contribuidor a vivir en el mundo tecnológico que tenemos actualmente. La gran transformación del siglo XX vino de su mano.

Agner era el segundo de una familia normal. Cuatro hermanos. El padre, maestro de escuela. La madre, trabajaba en casa, descendiente de una familia relacionada con la iglesia protestante. Iba a una escuela pública, porque el dinero no daba para más. Eso sí, el niño destacaba. Era listo y tenía una grandísima memoria.

Con 14 años, viajó a Copenhagen con su hermano para pasar el examen de primaria, la reválida que se conocía en España. Era dos años menor que él y tuvieron que autorizarlo especialmente, porque no tenía la edad mínima, pero aún así, la pasó con distinción. Volvió a su ciudad y se dedicó a lo que su padre. Lo ayudó a dar clases a niños en su escuela mientras seguí formándose: astronomía, francés, latin y gramática. Quería entrar en la universidad y tenía que prepararse. Tuvieron que becarlo y ayudarle económicamente, porque la situación familiar no daba para dispendios, pero, con 18 años consiguió entrar en la Universidad, para estudiar matemáticas. En sólo 3 años, se licenció y volvió a dedicarse a lo que su familia era: a dar clases en escuelas. 

Nada parecía indicar que el joven cambiaría el mundo. Aquello que no es ilusión o utopía, sino justicia. Pero quiso el destino que, durante ese tiempo, se entretuvo en investigaciones matemáticas, llegando a recibir un premio en 1904, con 26 años. Empezó, como a mí, a interesarle la teoría de la probabilidad cuando abandonó la universidad y e investigaba sobre ella. Especialmente cuando ingresó en una compañía de telefonía danesa en 1908, la Copenhagen Telephone Company, que ya nunca abandonaría. La compañia no sabía lo que estaba fichando.

En 1909 publicó un artículo que para mí es el santo grial: The theory of probability and telephone conversations. El inicio de una investigación que siguió toda su vida y que después ha dado pie a miles de aplicaciones

Básicamente, descubrió que las llamadas de teléfono se comportan como una cola. Una cola exactamente igual que una fila de personas y la describió matemáticamente.  Años más tarde, en 1917 publicó soluciones a esa descripción, determinando el tiempo medio de espera en la cola, con la que podía trabajarse en los sistemas para evitar esperas innecesarias. ¡Permitía aumentar la capacidad de la red!, ¡evitar llamadas perdidas! pero ... ¿sería aplicable a otros ámbitos? ¡Pues claro!, todo el mundo ha sufrido alguna vez una espera tediosa.

Desde hace años, cuando visitaba al hiper y me tocaba esperar, le decía a mi mujer que era esperar por esperar, porque haciendo una sola cola se tardaría muchísimo menos. Recientemente, hemos visto cómo. una gran cadena de supermercados, Carrefour decidió implantarla con un resultado increíble. El tiempo medio de espera se ha reducido casi exponencialmente.

Evidentemente, hay muchas más aplicaciones: inspecciones en la fronteras, tráfico rodado, gestión de almacenes, y cualquier otra actividad que implique una espera.

Su teoría es quizás la teoría más estudiada en el siglo XX y por supuesto se le dió su nombre a la unidad que la regula. Es una unidad de difícil explicación, pero con un ejemplo se ve claro: En el ejemplo del Carrefour, es el número medio de cajeras ocupadas por unidad de tiempo para atender a todo el mundo. Si hay 10 cajeras, no puede servirse más de 10 personas, aunque la nuestro personaje demostró que nunca se llegará a esa cantidad. Es más, por encima de una media de 9 cajas ocupadas simultáneamente, la cola empieza a crecer desproporcionadamente.

Nuestro personaje, Agner, murió joven, en 1929 con sólo 51 años, pero había desarrollado una teoría para la vida cotidiana. Por cierto, tiene un apellido altamente reconocible en entornos tecnológicos: Earlang. 

Invitó al lector a que busque el apellido en Google. Se asombrará la cantidad de referencias de telecomunicaciones que encontrará... y que no aparecerá ninguna referencia al personaje. A veces hay personas que son superadas por su invención. Este es uno de los casos, aunque yo siempre le estaré agradecido.

sábado, 16 de abril de 2016

Dos fechas iguales, pero distinto día


La entrada de hoy va en relación a un día especial, el día 23 de abril. Es el "día del libro", fijado internacionalmente porque ese día se conmemora el fallecimiento en 1616, tanto de Cervantes como de Shakespeare, los dos grandes escritores de la literatura española e inglesa, respectivamente.

Pero esa coincidencia tiene una curiosidad en relación a otro tema que ya se trató en este blog hace algún tiempo.

No quiero entrar si Cervantes falleció ese día o no (parece que ese día fue cuando se enterró, por lo que debió morir el día antes), sino una paradoja: efectivamente ambos están relacionados con esa misma fecha, 23 de abril de 1616, pero no era el mismo día.

¿Y como puede ser esto? Pues para los más hábiles, ya se habrán dado cuenta. Y no es un hecho insólito, sino algo más simple. España, en esa épica era el adalid del catolicismo, y cuando el Papa Gregorio XIII decidió asumir el calendario propuesto por la Universidad de Salamanca, en 1582, España lo introdujo de inmediato. De hecho, en España entró en vigor el calendario gregoriano el 15 de octubre de 1582, eliminando del mismo 10 días (del 5 al 15 de octubre de 1582). Sin embargo, Inglaterra, después de la separación de la Iglesia de Roma en el reinado de Enrique VIII, tardaron algo más.

En ese momento bastaba que el Papa promulgara un edicto para que Inglaterra no lo considerara, aunque fuera técnicamente correcto. Esto pasó en multitud de países (los protestantes y ortodoxos, principalmente) y fueron adoptando el calendario poco a poco, a medida que veían las bondades técnicas del mismo. Parte de Alemania lo asumió en 1610 (la otra en 1700), Francia en 1682 e Inglaterra en 1752.

¿Qué quiere decir esto? Pues resulta que cuando en España era el 23 de abril de 1616, en Inglaterra era el 13 de abril y cuando en Inglaterra era el 23 de abril, en España era el 2 de Mayo.

Así que, cuando escuchéis que es el día del libro porque Cervantes y Shakespeare murieron los dos el mismo día, podéis negarlo, porque efectivamente, se puede decir que murieron los dos la misma fecha, pero en ningún caso murieron el mismo día.

Una última curiosidad en relación al calendario: el último país en en asumir el calendario gregoriano fue Grecia, muy muy recientemente. En concreto, entró en vigor el 15 de febrero de 1923. A ese día le siguió el 1 de marzo (ya no eran 10 días, sino 13, por los 3 años centenarios que habían sido bisiestos en el calendario juliano pero no en el gregoriano: 1700, 1800 y 1900).

Ah! Y sí que hubo un escritor famoso que murió el 23 de abril de 1616 y no fue ni Cervantes, ni Shakespeare. Fue Inca Garcilaso de la Vega, un escritor español considerado como el primer mestizo biológico y espiritual de América.

Ahora, sólo queda felicitar a todos el día del libro y que, la semana que viene que se cumple el 400 aniversario de ese día, compartamos un Maratón de Lectura de la gran obra universal hispana, El Quijote, para atraer la cultura a todos. Gran labor realizada por grandes personas que conseguirán hacer un mundo mejor.

domingo, 27 de marzo de 2016

Pioneros y olvidados.

A veces los españoles hacemos cosas que son francamente increíbles. Cosas fuera de su tiempo. Sin embargo, tenemos un sentimiento de culpa que nos lleva a ningunear nuestras acciones y a sobrevalorar las acciones de otros. Nuestra obra más universal derivó en una palabra negativa, para definir precisamente la valoración de lo propio: quijotismo. Somos así.

Y la historia de hoy es un hito del mundo del cine, pero desconocido en España. En España, los años 40 son años de miseria y hambre. Nuestros mayores nos lo cuentan y nuestros niños no se lo pueden imaginar. Un país donde no había comida, donde conseguir algo de leche o patatas era un festín, donde la carne era ciencia ficción. Un país destrozado por una guerra y un dictador.

Cartillas de racionamiento, miedo a la represión militar, pobreza. Pero España es un país capaz de realizar cosas increíble. En la dificultad el español se crece, casi de la misma forma que se mengua en la abundancia.

Así, en un país que tenía un salario medio industrial de 12,27 pesetas diarias, unos locos de Barcelona decidió jugarse todo su patrimonio para conseguir poder distribuir las películas de Disney. En aquel momento era necesario producir películas propias para distribuir las que podrían venir de otros países. Así que decidieron arriesgarse y crear un engendro: la realización de una película de animación en color, al estilo de Blancanieves y los 7 enanitos, creada por Disney apenas 6 años antes.

Era toda una aventura. No sólo por lo que significaba tecnológicamente, sino porque no había público, y las autoridades no debajan mucho margen para trabajar. Los locos eran Ramón Balet y Jose María Blay, creando la productora Balet y Blay. Había que elegir un argumento adecuado. Para evitar problemas, eligieron un cuento recién publicado por el régimen: Garbancito de la Mancha, de Julián Pemartín. Julián Pemartín era en ese momento el Director del Instituto Nacional del Libro, así que seguro que dejarían la película y no se entrometerían en ella. De hecho, se modificó y se introdujeron escenas y guiños para reducir la carga ideológica (pro-régimen) de la obra escrita. El peloteo de haber seleccionado la obra del censor eliminaron los problemas. Y empezaron a trabajar en 1943.

Se emplearon a 90 personas y se realizaron más de 350.000 dibujos, capitaneados por Arturo Moreno. En aquella época, la animación se hacía a mano y había que filmar pasando las hojas de los dibujos. Completamente artesanal. Tardaron 2 años en dibujarlo todo. En total el presupuesto fue de 3.800.000 pesetas. Una auténtica fortuna para la época.

Si se tiene en cuenta que el salario medio actual en la industria es de 101 euros (datos del INE de diciembre de 2014), y haciendo la equivalencia, la película hubiera tenido, a día de hoy un presupuesto de más de 31 millones de euros. Sería la tercera película española con más presupuesto. Una auténtica barbaridad.

Arturo Moreno y los productores eran unos románticos admiradores de Disney y decidieron hacer a mano las mejores técnicas, así que la película se rodó en color. Se convirtió en histórica, al ser la primera película de animación en color fuera de Estados Unidos.

La película, lejos de ser un fracaso, fue todo un éxito. Se comportó bien en taquilla y por supuesto, las críticas fueron buenas. ¿Alguien de aquella época osaría criticar a un libro de un autor del régimen? Es más, no fue sólo el hito de la película, fue también la primera gran marca de merchandising en España. Se hicieron cromos, muñecos, libros,... Los productores no sólo consiguieron recuperar la inversión, ganaron en torno a 2 millones de pesetas de esa España. Un exitazo.

Sin embargo no soportó el paso del tiempo. Estaba demasiado condicionada por el momento en que se hizo. Diálogos anticuados (como casi todos los escritos que de esa época) y su calidad técnica no puede ser comparable con las actuales. Incluso la Blancanieves de Disney, obra maestra sin duda, no soportaría cualquier análisis machista en los tiempos actuales. No puede perderse la perspectiva que son películas de otra época.

Pero el español es así y la obra quedó en el olvido y hoy en día quedan solo copias en baja calidad. Nadie ha querido restaurarla (incluso traducirla a un lenguaje más actual). Sólo a finales de 2015, cumpliendo los 70 años de la película se realizó una exposición en Barcelona recordándola.

Aunque la película no soporte una proyección hoy en día, es una pena que la ninguneemos de esa forma. La película en sí es un hito, por lo que significó y por lo el ingenio de los productores. Es en los momentos de dificultad cuando los españoles sacamos lo mejor de nosotros y esta película es una muestra más de ello.

domingo, 13 de marzo de 2016

Un brillo que no puede contenerse

En la historia de la ciencia hay pocas mujeres que brillen con luz propia. Nuestra civilización prefirió abandonar  a la mitad de su capacidad por religión, costumbre o, simplemente, miedo.

Pero afortunadamente hay excepciones. La historia de hoy comienza en un pequeño pueblo de Massachusetts, Lancaster, donde en 1868 un pastor protestante tiene un hija a la que llamó Henrietta. Henrietta Swan Leavitt. Afortunadamente para todos nosotros, el pastor decidió que su hija estudiara y tras cursar la primaria ingresó para licenciarse en el Instituto Radcliffe, una sección femenina de Harvard, con muchísimo menos prestigio. Al fin y al cabo sólo estudiaban mujeres.

En esa licenciatura estudió arte, griego clásico, filosofía, geometría analítica y cálculo. Y en su último curso estudio algo de astronomía, que superó con notable. Era el año 1892 y Henrietta había conseguido licenciarse con 24 años. No era ninguna lumbrera, pero, desde luego no era nada tonta.

Además, tras acabar los estudios, dedicó un tiempo a viajar, en el que cogió una enfermedad que le atacó al oído, quedando sorda total.

Así que tenemos a Henrietta, una mujer ya de 25 años, sin un brillante expediente académico, sin experiencia académica y sorda. Difícil futuro para ella. Pero, consiguió entrar como ayudante en un laboratorio donde una serie de mujeres trabajaban como lo que ahora serían becarias para el profesor Edward Pickering, uno de los principales astrónomos de la época y director del observatorio de Harvard. Gratis, eso sí. Ella era una más de aquellas chicas, a las que llamaban "computadoras", pues su único trabajo, día tras día, era clasificar miles de fotografías espectrales de estrellas. A pesar del poco prestigio, era un grupo muy profesional. Idearon una clasificación en función del espectro y del brillo y clasificaron cientos de miles de estrellas. Esa clasificación sigue usándose hoy en día.

En ese trabajo, Henrietta estaba bastante valorada, pero siempre como ayudante, nada más. Pickering le asignó el trabajo de analizar las estrellas variables cuya luminosidad varía con el tiempo, y le asignó un sueldecito. Leavitt analizó una a una 1777 estrellas y en particular las Cefeidas. Recibía un salario de risa: treinta centavos la hora. Pero ella era tenaz y meticulosa, se dedicó durante años a hacer su trabajo. Le jefa de las "computadoras" la definió como "la mente más brillante del laboratorio". Y, claro, destacó. 

Después de mucho análisis se dio cuenta que el periodo de las Cefeidas variaba de forma distinta en función del brillo, y consiguió determinar la relación entre el brillo y el periodo. Realizó un trabajo que lo describía y se lo entregó al profesor Pickering. Pero Henrietta era una becaria, mujer y sorda. Obviamente, no fue considerado. Sin embargo, años después, en 1912, el profesor se dio cuenta que estaba en lo cierto y tuvo las agallas de los sabios: publicó el estudio "Periodo de 25 estrellas variables en la pequeña nube de Magallanes" firmado por él mismo (para asegurarse que fuera publicado) e incluyó una frase inicial: "El siguiente estudio ha sido preparado por la Srta Leavitt", reconociendo de este modo, y para siempre, la valía de su ayudante.

Esta relación entre el brillo y el periodo ha sido posteriormente vital para la astronomía porque ha servido para conseguir medir el espacio. Determinar el brillo de una estrella permite, sabiendo con la intensidad que llega a verse, conocer su distancia. Y Henrietta había conseguido conocer el brillo de forma indirecta, a través del periodo de la estrella, lo que daba una opción a medir. El cielo estaba mucho más cerca desde ese día.

Sus avances fueron muy utilizados por los profesores de Harvard, en especial el profesor Hubble (que dio nombre al telescopio espacial), que, gracias a las reglas definidas por Henrietta y a las variaciones espectrales, determinó que la mancha de la constelación de Andrómeda no era una nube, sino, una gran y lejana Galaxia, a la que le dio el mismo nombre, Andrómeda y, de paso, descubrió que el Universo no se acababa en la Vía Láctea. Había galaxias más allá.

Henrietta siguió toda su vida como ayudante, y falleció relativamente joven, en 1921, de cáncer. En su testamento dejó todo lo que tenía: 11 objetos que sumaban un valor de 392 dólares. Pura humildad para la mujer que había conseguido averiguar cómo medir el Universo.

Quiere el capricho de la historia que tres años después de su muerte se enviara una carta desde Suecia para proponerla para el Nobel, por su descubrimiento, aunque como el Nobel no puede otorgarse a personas fallecidas, nunca fue propuesta. Pero al menos dejó constancia que hay personas que aunque sean humildes, por voluntad y porque las circunstancias se lo imponen, tienen tanto brillo que no pueden evitar destacar. Y ese brillo, como el que sirvió a Henrietta para medir el espacio, no puede contenerse.

martes, 8 de marzo de 2016

Vuelva usted mañana... si estamos

Este fin de semana lo hemos pasado en compañía de auténticas Viejas Glorias en un sitio fantástico, Teba, en la provincia de Málaga. Hemos visitado el Desfiladero de los Gaitanes y, en las visitas a los embalses del Guadalteba, Guadalhorce y el embalse del Conde he encontrado una historia curiosa. Una demostración de lo que es este país, tan bien descrito por el inolvidable Mariano José de Larra en su artículo "Vuelva usted mañana" (que por cierto recomiendo leer, porque podría estar publicado en estos días sin perder vigencia alguna).

Vayamos a primeros del siglo XX, cuando la zona del Desfiladero de los Gaitanes comienza a desarrollarse con una central hidroeléctrica (que llevó a la construcción del famoso "Caminito del Rey") y una presa. El desarrollo de los cultivos de la zona, en los planes de conolización rural de la época de Franco, llevó sobre 1960, a analizar proyectos para dotar de más agua a la zona y que, además permitieran solucionar problemas de recrecidas en la ciudad de Málaga. Tras varios análisis se establece, en 1961 que la solución para por construir dos presas, una en el río Guadalteba y otro en el río Guadalhorce justo en la confluencia de los dos ríos, de forma que sean casi una sola presa. Las obras de éstas comenzaron en 1966 y... aquí comienza nuestra historia.

Y comienza porque la construcción de estas presas inundarían una zona bastante extensa, y entre ellas, inundará un pueblo, Peñarrubia y su pedanía Gobantes, que además era una estación férrea de la línea Algeciras - Bobadilla.

Tras varios años de protestas e inquietudes, acrecentados por el secretismo de la propia administración que no daban información veraz a los vecinos, pero que veían que a pocos kilómetros se estaba construyendo una presa y cómo el pueblo dejó de recibir obra alguna, todo se confirmó en 1969, El 25 de abril el Consejo de Ministros aprobó el abandono del pueblo, ofreciendo varias alternativas de reubicación entre los poblados colonos de la época. En 1970 se establecieron las indemnizaciones y comenzó el éxodo, aunque el desalojo oficial comenzó el 30 de Marzo de 1971. Ese día el ACB publicó: "Comenzado el desalojo del pueblo de Peñarrubia (Málaga)", estableciendo en 4.000 los vecinos que se tendrían que desplazarse.

El traslado finalizó en abril de 1972, la mayoría se trasladaron a Santa Rosalía, cerca de Málaga. Peñarrubia ya era un pueblo fantasma y se tiró abajo todo menos tres edificios, que se dejaron como recordatorio a lo que fue: la iglesia, el colegio y el cuartel de la Guardia Civil. Así llegamos a enero de 1973. Llovió y el embalse hizo su función. El pueblo desapareció... o no.

Buceando en las actas de la época, veo que el 20 de junio de 1973, seis meses después de que el pueblo desapareciera, literalmente del mapa, se designan a cuatro personas (Eulogio Abelenda, José Fernández, Diego Martínez y Carme Werner) en pleno en la Diputación de Málaga para que se estudiara "el mejor destino para el municipio de Peñarrubia, sus tierras y sus gentes". El Ayuntamiento de Peñarrubia inició el expediente unos meses antes, pero no había llegado a ningún sitio, aunque sí estableció ciertas condiciones para quien incorporara el terreno: debía absorber la plantilla, facilitar el archivo de documentos y condicionar la entrega de los bienes a lo que suceda con Santa Rosalía (donde se habían marchado la mayoría de vecinos). Recuerdo que el pueblo ya llevaba 1 año y 2 meses sin población y casi 7 meses dentro del pantano.

Fue el 14 de julio de 1973 cuando en un pleno extraordinario se expusieron las razones de Campillos y Antequera para su adhesión y se votó por unanimidad que el municipio se incorporara a Campillos. Este hecho se corroboró en un Decreto, el 1458/1975, de 12 de junio (¡3 años y 2 meses después del desalojo y 2 años y medio después de su desaparición bajo las aguas del pantano!) en el que integraba a Peñarrubia en Campillos "ante la inminente desaparición del municipio por la construcción del embalse sobre los ríos Guadalhorce y Guadalteba...". Tela

Como siempre la administración, a su ritmo. Me hubiera gustado ver la cara de un cartero buscando el Ayuntamiento llevando una notificación allá por 1974... y encontrarse un pantano. Bueno, siempre podía haberlo buscado en Google Maps, aparece... dentro del pantano.

Me encantó la historia, porque es una demostración clarísima que la administración va muy por detrás de la realidad, incluso en caso de hechos evidentes. Y, lamentablemente, no es un tema de otra época. Incluso ahora, en la era de la velocidad de la información, sufrimos estos males. Ojalá algún día podamos arreglarlo, en ello va, entre otras cosas, nuestro propio futuro.