viernes, 19 de julio de 2013

La mujer que cambió la historia sin hacer ruido.

Hay veces que un personaje se cambia la historia. Muchas de ellas, el personaje es consciente de lo que está haciendo, como cuando Colón llegó a América o cuando Armstrong pisó la Luna. Otras, sin embargo, cambia la historia sin ser muy consciente de lo que se está haciendo y sin hacer ruido alguno.

De toda la historia, hay pocos, muy pocos personajes que han sido capaces de cambiar todo el mundo conocido. Uno de ellos es la persona de la que hablaré hoy, que, por cierto, es mujer y curiosamente, casi desconocida.

Nuestro personaje no se sabe bien donde nació, si en Gran Bretaña o en Turquía, ni tampoco se sabe bien su origen, pero parece que era la hija de un hostelero de la época. Sí se sabe que nació hacia el año 250 de nuestra era. Sin embargo, por el nombre que tenía, Elena, es bastante probable que fuera Turquía donde naciera, porque en aquella época, era de influencia griega.

Por azares del destino no pudo evitar que un general romano, Constancio Cloro se fijara en ella, y la tomara como concubina, creciendo entre ellos el amor y convirtiéndola en esposa después, casándose en el año 272, con unos 22 años los dos esposos. Y nació su hijo, Constantino.

Pasó el tiempo, criando a su hijo, y Constancio Cloro fue acercándose al trono de Roma. Hasta que en 293 el emperador Maximiano sugirió a Constancio que se casara con su hija adoptiva para poder acceder al trono por familia. Para ello, Constancio tenía que repudiar a Elena y así lo hizo, no sin dolor. Pero el trono de Roma era el trono de Roma. Elena tuvo que partir, dejando a su hijo, Constantino, por su propio bien, junto a su padre, ya emperador de Roma.

No se sabe qué fue de ella en este tiempo, pero parece que su ex-marido no se olvidó de ella, pues no le faltó de nada y se dedicó a la caridad. Si se sabe que en este tiempo se convirtió al cristianismo, como tantos otros romanos en aquella época.

Pero el tiempo pasó, su ex-marido murió y su hijo Constantino subió al trono, no sin rivales, como todos los emperadores romanos. Nada más subir, buscó a su madre y la llevó consigo al Roma, declarándola Augusta.

Ahí tenemos a la hija del hostelero, ex-mujer de general romano y ahora madre de Emperador y Augusta de Roma, gracias a su hijo, y a los avatares de la vida.

En aquella época, los cristianos eran perseguidos y condenados en todo el imperio, por vivir una fe diferente a la del imperio de Roma. Constantino lo sabía y lo hacía. La persecución era salvaje. Pero Elena era cristiana... y era su madre por encima de todo.

Poco a poco fue influyendo en su hijo, poco a poco fue enseñándole lo que ella creía, hasta que, en 312, Constantino tuvo un sueño justo antes de la batalla del Puente Milvio que interpretó como una señal de Jesús, llegando a marcar con una cruz su insignia de batalla. El paso estaba dado, pues ganó la batalla y gracias a ella ya no tenía rivales al trono.

En 313, se dio el paso definitivo. Su madre lo había conseguido, y Constantino dictó el Edicto de Milán, por el que cesaban las persecuciones a los cristianos. Definitivamente, el imperio romano era cristiano. Aunque oficialmente no se bautizó hasta su lecho de muerte.

Su madre, Elena, siguió viviendo con nueva fe su hijo y quiso peregrinar a Tierra Santa, como tantos otros, y dice la leyenda que encontró las reliquias de la Vera Cruz, que tantos nombres ha dado posteriormente en tantos sitios. Ella dividió la cruz que encontró en tres trozos: uno para Jerusalem, otro para Constantinopla (llamada así por su hijo) y otro para Roma. Aún existe en Roma y en Jerusalem las Iglesias de la Vera Cruz, donde se guardan esas reliquias y pueden ser contempladas.

Murió en 330, con 80 años, en Constantinopla. Murió en brazos de su hijo, el cual, había convertido todo el imperio en cristiano por amor a su madre. Fue declarada Santa y su nombre dio nombre a multitud de sitios (¡hasta a la isla donde murió Napoleón!). 

Ella, sin saberlo, había dado pie a cambiar la historia, a crear el poder que influyó en Europa en los siguientes 1000 años y había puesto las bases, que, queramos o no, han regido la cultura occidental... y ya hoy en día, la mundial. Definitivamente, una hija de hostelero que había cambiado la historia como nadie... y sin hacer ningún ruido en ella.

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